Recorrer 650 kilómetros de bosques, arenales y pantanales cuando no existían caminos, poblaciones importantes ni rutas de ferrocarril es toda una aventura. Ángela Sandoval Peña hizó la primera conexión internacional automovilística entre Brasil y Bolivia. Después de un tortuoso viaje, entró al centro de la ciudad el 25 de septiembre de 1919
E l 10 de septiembre de 1919, el político y notable jurisconsulto cruceño Angel Sandoval Peña, inició una hazaña histórica, propia del coraje y alma de pioneros que exhibieron los hombres de principios del siglo XX, cuando intentaron personificar en sus propios ideales el progreso desbordante de la era industrial.
En un automóvil Ford adquirido en ese entonces en Buenos Aires, Angel Sandoval recorrió 650 kilómetros de bosques, arenales y pantanos entre Puerto Suárez y Santa Cruz de la Sierra, cuando aun no existían caminos, vía férrea ni poblaciones importantes como las que han florecido actualmente.
A través de sendas tortuosas que solo atravesaban los lentos carretones arrastrados por bueyes, y en otros casos abriéndose paso entre la selva virgen con altas temperatura del Trópico, el conductor temerario logró en los hechos la primera conexión internacional automovilística entre Brasil y Bolivia, anticipando lo que habría de ser una ruta vial de acceso hacia el océano Atlántico para un país mediterráneo como el nuestro.
Las incidencias de este viaje, siguiendo el itinerario trazado por Sandoval, la ofrecemos en forma resumida en base a datos proporcionados por el diplomático e investigador Santiago Jordán en una detallada relación del ‘rally’ automovilístico concluido con éxito a principios del pasado siglo XX.
En la madrugada de aquel 10 de septiembre de 1919, Angel Sandoval partió de Puerto Suárez, a orillas de la laguna Cáceres, acompañado de un turista inglés, con quien había trabado amistad en Río de Janeiro y su pequeño hijo Hugo Sandoval Saavedra.
La primera etapa fue de 68 km hasta el lugar denominado La Palmita, pasando por Los Yacuses.
Aquella primera jornada, cumplida en nueve horas de trayecto, fue relativamente fácil, comparada con la siguiente que pasaba por El Carmen hacia San Fermín comprendiendo una distancia de 41 km; y en la cual tuvo que salvar profundos arenales empujando el auto, tendiendo esteras de rama y abriendo sendas de más de medio kilometro en algunos casos.
La tercera etapa, correspondiente al día 13 de septiembre, se encaminó de San Fermín al cantón Santa Ana, salvando las grietas secas y escalonadas que en tiempo de lluvias formaban los famosos limos de Santa Ana. Esta zona accidentada fue salvada por un sendero provisional, que desde el mediodía le condujo desde Santa Ana hasta Ternero Muerto, la segunda estación sobre el río Tucavaca, afluente del Otuquis, en cinco horas más de agotadora marcha bajo un sol abrasador.
El cuarto día disminuyó el ritmo, notablemente, cubriendo distancias muy cortas en largo tiempo, debido a lo accidentado del terreno, donde la falta de agua se constituía en el primer obstáculo ante la imposibilidad de calmar la sed y de refrigerar el motor.
Así, hubo de pernoctar en la vía arenosa y empinada que conducía a Escobitas, agobiado por la sed y el cansancio.
El 15 de septiembre, a solo nueve días del 24, fecha de la efeméride cruceña, para la cual había programado su triunfal llegada, recorrió en la primera etapa de Escobitas a Aguas Calientes, establecimiento ganadero de Walter Lehn, dotado de aguas termales.
En tres horas recorrió los primeros 15 km. Debido a la condición del terreno, llegando a San Lorenzo, donde los pobladores le brindaron agua y provisiones.
Desde Aguas Calientes cruzó los rancheríos El Paquio, Santa Rosa y Santiagoma, situados al pie de la serranía de Santiago.
Al día siguiente llegaba a Roboré, procedente de Santiagoma, tras quemar el monte tupido donde había tenido que improvisar una senda.
A media mañana ingresó en Roboré, sede de un cuartel militar instalado en 1918. El pueblo se extendía linealmente hasta Villa Castelnau, con sus palmeras y arroyos de agua cristalina.
En esta población pasó el resto del día, reparando el automóvil, especialmente las ruedas, tan castigadas por la aspereza del camino, y que debían ser protegidas con cuero para evitar los frecuentes pinchazos.
La séptima etapa entre Roboré y la Cumbre del Turuguapas, la llevó a cabo con la ayuda de Cupertino Banegas y el personal de su estancia, debiendo pernoctar en la cima del cerro bajo el cielo estrellado.
Dos días más tarde llegaba a San José de Chiquitos, después de pasar por Taperas. Recibió gran ayuda en las diferentes estancias encontradas al paso, llegando al anochecer a la sede de una de las más importantes misiones jesuíticas que florecieron en el oriente durante el siglo XVII.
La etapa más dura -la undécima- le aguardaba entre Pupuquecito y el río Curiche Tunas, al final de la cual tuvo que vadear dicho río con la ayuda de diez vaderos sobre balsas nocturnas.
De Tunas a Tres Cruces y de allí a la margen derecha del Río Grande tuvo que emplear dos días más, atravesando caminos inundados y pantanosos, que una vez, quedaban ásperos y crispados por las huellas de los carretones. La velocidad promedio en estas etapas no superó a los 10 km por hora, en condiciones precarias y desesperantes.
Enfangados y con el automóvil completamente inmovilizado tuvo que pasar el glorioso 24 de septiembre en que añoraba llegar.
Sorteando estos obstáculos con esfuerzos sobrehumanos, emprendió la ultima jornada del viaje cruzando la margen izquierda del Río Grande en cuatros horas, con la ayuda de vaderos experimentados.
En tres horas y media recorrió los caminos planos y arenosos que conducían a Santa Cruz, haciendo ondear la tricolor boliviana desde su automóvil.
Ingresó a las calles céntricas de la capital a las cuatro de la tarde del 25 de septiembre de 1919, rodeado de espectadores y curiosos que no daban crédito a semejante proeza.
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