Durante mucho tiempo la imagen de Nicolás Maquiavelo estuvo enmarcada con hechos tan dramáticos como “la noche de San Bartolomé”, 24 de agosto de 1572 y los crímenes de los Borgia en Italia. Presenció también la lucha por el poder del Papa Alejandro VI y de su hijo César Borgia, personajes que ocupan un gran espacio en El Príncipe. Solo con el paso del tiempo se comprendió la complicada personalidad de este político renacentista. Por entonces Europa sufría la amenaza de la embestida islámica y una Italia disputada por España, Austria y Francia. Estas tres potencias dirigían sus dardos contra Florencia, ciudad rica pero dividida e inestable.
Maquiavelo nació en el pequeño pueblo de San Casciano in Val di Pesa, muy cerca de Florencia, el 3 de mayo de 1469. También por esa época Lorenzo de Médicis había tomado la supremacía del poder. Aunque se tienen pocos datos de Maquiavelo sobre su niñez, su juventud coincidió con la grandeza de Florencia, España y Portugal descubrían tierras desconocidas más allá del Mar Tenebroso, presenció también en 1494 la expulsión de los Médicis (familia que poseía gran poder económico en Florencia) y en 1498 ocurre la ejecución en la hoguera de Jerónimo Savonarola, el monje revolucionario que con encendidos sermones cuestionaba la corrupción de la Iglesia y del clero bajo el reinado del Papa Alejandro VI.
En 1498, cuando Maquiavelo cumplía los 29 años, llegó a formar parte del gobierno de su ciudad, trabajando como secretario de la Segunda Cancillería de Florencia y de la asociación de “Los Diez de la Libertad y de la Paz”. Su lucidez, erudición y su elocuencia le permitieron cumplir numerosas misiones de gran responsabilidad de la República florentina durante 14 años. En el curso de la segunda misión asistió, en Senigalia, a los crueles asesinatos de Oliverio de Fermo, de Vitelio Vitelli, del duque de Gravina y de Pablo Orsini, que fueron salvajemente asesinados por orden de César, hermano de Lucrecia Borgia. Estos sangrientos episodios no cambiaron en nada el pensamiento de Maquiavelo.
En uno de sus viajes conoció a Leonardo da Vinci, con quien entabló una estrecha amistad. En 1500 fue enviado a Francia para convencer a Luis XII la conve niencia de continuar la guerra contra Pisa. En 1507 Maquiavelo se dirigió a Alemania como diplomático para parlamentar con el emperador Maximiliano I, sobre sus pretensiones expansionistas y es convencido de no invadir territorios italianos y menos aún Florencia. Un año después se formó la Liga Cambrai entre las tres potencias europeas y el Papa, con el objeto de destruir a la república Veneciana. Después de la caída de Florencia en la batalla de Agnadello, el Papa Julio II, electo en 1503, dispuso el regreso de los Médicis, en septiembre de 1512, lo que provocó también el despido de Maquiavelo de los cargós públicos, porque había cuestionado la elección del Papa, este sería el fin de su carrera como diplomático. Había desarrollado 14 años de actividad constante en todos los sucesos políticos de Italia y Europa.
Como la desgracia no viene sola, poco después, Maquiavelo fue apresado y torturado, estaba acusado de conspirar contra la tiranía de los Médicis. El nuevo pontífice, León X, medió para liberarlo, se había comprobado su inocencia. Sin embargo, había perdido prestigio y fue obligado a abandonar la ciudad de Florencia y a vivir en el campo, en una especie de residencia forzosa. Cerca de San Casciano poseía una pequeña propiedad, y allí se refugió en compañía de su mujer y de sus hijos. Aquí vive penurias, talando árboles, se dedica a la agricultura y convive con gente del pueblo. Sus amigos de la ciudad le dan la espalda, son los peores años de su vida.
Maquiavelo tiene en las noches un espacio para leer a sus poetas preferidos: Dante, Tíbulo y Ovidio. En la soledad de su habitación se dedica a escribir. Las obras que lo inmortalizaron son productos de largas meditaciones. Citaremos: Discursos de la primera década de Tito Livio, interrumpidos antes del final del primer libro y terminados en 1519. El Príncipe y la novela Belfagor archidiablo; las comedias La mandrágora y Clizia y el pequeño poema El asno de oro, Diálogo sobre el idioma y los Capítulos. Antes de su exilio a San Casciano había escrito ya el Primer decenal y el Segundo decenal. Entre 1519 y 1520 terminó los Diálogos sobre el arte de la guerra. Pese a estos años de penuria, Maquiavelo sacó lo mejor de su talento.
En 1521 recibió la amnistía y volvió a Florencia donde le encargaron misiones de poca importancia. Los florentinos derrocaron a los poderosos Médicis y se proclamó la república, pero ya no había lugar para Maquiavelo, entonces, frustrado en sus aspiraciones de obtener alguna nominación pública cayó enfermo y se retiró a su casa de Oltrarno donde murió el 22 de junio de 1527, según su hijo, una medicina fue la causa, según algún historiador, la pena.
EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE MAQUIAVELO
Se considera a Maquiavelo como uno de los teóricos de la política más notables del Renacimiento, pues con su aporte se abre camino a la modernidad en su concepción de la política y el Estado. Sus pensamientos sutiles y tortuosos originaron el adjetivo “maquiavélico” que se incorporó a todos los vocabularios del mundo.
Aunque Maquiavelo nunca lo dijo, se le atribuye la frase "el fin justifica los medios", donde se resume que todos los medios sirven para alcanzar el fin que se persigue.
Escribe Maquiavelo: Es necesario, pues, que el príncipe que quiere sostenerse aprenda a no ser bueno, para obrar después conforme convenga a sus intereses.
No debe preocuparse tampoco por aquellas infamias que son necesarias para la conservación del Estado, pues, reflexionándolo bien, hay cosas que parecen virtudes y que pueden arruinarle si las practica, y otras que parecen vicios, son causa de su seguridad y fortuna (...)
Aquí surge una cuestión: ¿Vale más ser amado que temido o bien, es preferible hacerse temer a ser amado? Contestaré que se debe ser ambas cosas a la vez: pero que, como es difícil reunirlas y hay que renunciar a lo uno o lo otro, vale más ser temido que ser amado. (...)
Todos comprenden cuán digno de alabanza es un príncipe que cumple su palabra, que obra con sinceridad y no con astucia, pero la experiencia de nuestros tiempos nos demuestra que tan solo han realizado grandes empresas los príncipes que en poco tienen su palabra, que saben engañar con destreza a los demás y que vencen, al cabo, a los que confían en su lealtad.
Dos maneras hay de combatir: una con las leyes, otra con la fuerza. La primera es la de los hombres; la segunda la de las bestias. Pero como a menudo no basta lo primero, hay que recurrir a la segunda. El príncipe debe, pues, necesariamente saber portarse como hombre y como bestia.
Compréndase que un príncipe, y sobre todo un príncipe nuevo, no puede practicar todas las virtudes que hacen pasar a un hombre por bueno, porque, obligado a conservar su Estado, debe, a veces, obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la religión.
Es preciso, pues, que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a todas las circunstancias y plegarse a todas las dificultades, y, como he dicho antes, que no se aparte de la senda del bien mientras pueda; pero que penetre en la del mal si así se lo pide la seguridad del Estado.
El príncipe debe tener pues, gran cuidado en no decir nada que vaya contra las cualidades que he citado; de modo que, viéndole y oyéndole, parezca que es la clemencia, la fidelidad, la integridad, la humanidad y la religión mismas. (...Todos ven lo que parece ser, pero pocos conocen lo que eres. (...)
De El príncipe, obra maestra de Maquiavelo.
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