Como si fuera un trapecista profesional, el cadete indígena de quinto año Gualberto Barra trepa por una estructura de más de 25 metros de alto, denominada la torre de multipropósito, y desciende por una cuerda sin más ayuda que un guante que protege una de sus manos.
Él, como otros estudiantes originarios del Colegio Militar, se caracterizan por su buena condición y resistencia física y su disciplina, coinciden camaradas y oficiales.
Barra, oriundo de Chicaloma, integra el grupo de siete cadetes indígenas que se graduarán este año como subtenientes del Colegio Militar y que aspiran en el futuro a ser los generales de Bolivia.
Al respecto, Rodolfo Choque, indígena oriundo de Luribay (La Paz) y también de quinto año, reconoce el esfuerzo que ha hecho para cumplir la meta. “Es un gran paso el que hemos dado y el máximo anhelo que tenemos es de ser los futuros generales de Bolivia”.
El comandante de la institución, coronel José Félix Rojas, dice que en lo académico los cadetes originarios no tuvieron problemas, “porque hubo una nivelación en cada uno de los jóvenes y ahora en los postulantes (los que pasan el curso preparatorio de seis meses). En el tema físico se adaptaron perfectamente y realizan bien sus instrucciones”.
El segundo comandante del Colegio, coronel Carlos Ruck, acota: “Hemos visto que hay indígenas que se destacan en muchos aspectos y que se esfuerzan mucho; por ejemplo, hay mujeres indígenas que tienen mucha capacidad y buena resistencia para el atletismo”.
Barra cuenta que tuvo buena condición física desde que estudiaba en el colegio 5 de Mayo, en su población natal. Aunque “al principio me costó (en el Colegio Militar), luego me acostumbré”.
Uno de sus camaradas destaca sus condiciones . “Trepa hasta los mástiles de las banderas. Parece un monito, incluso lo hace descalzo”.
Ruck destaca también la disciplina y la adaptación a la vida militar. Los otros estudiantes del Colegio —en total, cerca de 900 inscritos— también mantienen una óptima condición física y acatan disciplinadamente las reglas.
Todos deben cumplir, obedecer y no hay distinciones por la procedencia o el sexo. Muestra de esto es el entrenamiento que el martes 30 de marzo, desde las 14.30, realizaban las cadetes indígenas Griselda Callizaya y María Isabel Apaza, del curso de nivelación para ingresar al primer año.
Después de correr 100 metros planos, se lanzaban al suelo y, sin descansar, simulaban que se escondían del enemigo. Luego se levantaban y corrían a otro sector.
“No hay preferencia porque seamos mujeres, hacemos lo mismo y nos gusta. Creo que lo hacemos bien”, dice Griselda.
El martes 30 de marzo, a las 05,15, los cadetes de primer año se ejercitaban en el patio. Todos vestían buzos plomos. Ellas, pese a no superar 1,58 metros de estatura, mostraban el mismo ímpetu que sus compañeros.
En el grupo estaba Fernando Marupa (22), oriundo de Tumupasa (provincia Abel Iturralde, norte paceño). Destaca por su condición física. Asegura que se la debe a que mientras cursaba su enseñanza media trabajaba transportando madera.
Levantarse temprano
* “En mi pueblo me acostumbré a levantarme temprano, así que no tengo problemas en despertar todos los días a las 5.00”, cuenta Iván Silvestre, nacido en la comunidad de Saitoco de la provincia Ladislao Cabrera en Oruro. Por la madrugada, y luego de sus estudios, Iván, uno de los postulantes PIO ayudaba a su familia en el trabajo de la tierra. “Cultivábamos papa, quinua y debíamos trabajar en la tierra desde muy temprano todos los días inclusive fines de semana”. De igual forma otros indígenas que realizan el curso de nivelación aseguran que mientras vivían en sus comunidades trabajaban la tierra desde muy temprano. “Me levantaba a las 5.30 y ayudaba a mi familia, lavaba, cocinaba”, dice Griselda Callizaya, de Chúa.
En el Colegio Militar la instrucción es rígida
* “¡A levantarse, cadetes! ¡Rápido, rápido! ¿Por qué tardan tanto? ¡Vístanse de una vez!”. Ésas son las primeras palabras que los postulantes y cadetes del Colegio Militar escuchan todas las mañanas, a las 5.00, de parte de sus superiores, cuando el clarín les anuncia la hora de despertar.
No importa el cansancio o el frío, los muchachos deben estar aseados, vestidos y dejar las camas tendidas en 15 minutos tras escuchar el clarín. Luego de esto deben dirigirse a formar al Patio de Honor. Detrás presionándolos para que se apuren están sus oficiales, que deben levantarse unos 20 minutos antes que los cadetes.
“Es una instrucción, un régimen de vida muy estricto, pero a medida que el cadete lo va viviendo se va acostumbrando. Así es la instrucción militar”, comenta el segundo comandante del Colegio Miliar, Carlos Ruck.
Luego de formar en el patio, los estudiantes realizan ejercicios como flexiones de brazos y trotes. Quienes se atrasan en llegar, pierden puntos en sus calificaciones y si reinciden son arrestados.
Media hora de ejercicios y a las duchas, para luego formar para dar parte a los superiores, entonar el himno e izar las banderas (la tricolor y la wiphala). Después, a desayunar, en un par de minutos. Cuando estuvo La Razón, los jóvenes comieron un revuelto de huevo, marraqueta y café.
Las clases y la instrucción comienzan a las 08.00.
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