Explotación infantil
Niños y niñas tailandeses
Unos 30 mil niños y niñas son obligados a subirse a un cuadrilatero de boxeo en Tailandia y pelear
duramente para ayudar a sus familias a subsistir. En un club de la ciudad de Pattaya en Tailandia, dos niños de 11 años se encuentran forzados a golpearse con violencia, mientras los adultos apuestan dinero por el ganador.
Y es que los organizadores de estos supuestos “eventos deportivos” se mueven por dinero, ya que logran casi 5.000 dólares por llenar el club una noche.
El combate tuvo lugar en Pattaya, en el este de Tailandia, informa EuroNews. Algo común hasta que salieron al cuadrilátero los dos contrincantes… y los dos tenían 11 años. En Tailandia se calcula que unos 30 mil niños buscan su futuro en el Muay Thai, una modalidad de boxeo en la que se pueden usar todas las extremidades del cuerpo.
Niñas y niños son utilizados para dar o recibir las palizas para "deleite" del público que se entretiene viendo el cruel espectáculo en estos combates de boxeo Muay que se realizan en los bares.
En cada pelea, los pequeños se exponen a romperse los huesos y sufrir daños cerebrales a causa de las patadas, golpes con rodillas, puños y cualquier parte del cuerpo.
Según el Dailymail, turistas británicos, estadounidenses y alemanes hacen cola para ver las peleas que se han extendido en los centros turísticos de las aldeas remotas del país.
DOCUMENTAL “BUFFALO GIRLS”
Todd Kellstein ha tratado el tema en su documental “Buffalo Girls”, recientemente estrenado en el Festival de Sudance y que ya se distribuye por varios festivales de cine internacional.
El largometraje narra la historia de dos niñas, Stam y Pet, de 8 años, que pelean en el circuito “Profesional Muay Thai Prize Fighters”, en una pequeña aldea de la Tailandia rural para entretener a los turistas.
El filme documenta la vida de las dos niñas en un país terriblemente pobre, en el que más de 30 mil niños se dedican a este tipo de combates de boxeo para apoyar a sus familias económicamente. Nos presenta una visión triste y emocional del camino vital al que se enfrentan Stam y Pet en un entorno hostil y con un destino marcado desde su dura infancia.
Todd Kellstein documentó más de 300 peleas en un proyecto al que pensó dedicarle unos 10 meses, pero que se prolongó durante tres años.
"La primera vez que vi estos combates pensé esto era un abuso infantil horrible. Quise hacer una película que creara conciencia y que acabase con ello”, dice el cineasta en una entrevista al Wall Street Journal.
Pero con el proyecto ya finalizado, Kellstein ve las cosas de otra forma, como una alternativa a la pobreza extrema, las drogas o la prostitución. Desde que empezó a trabajar en este proyecto y a pasar tiempo con los niños y sus familias, Todd cambió de idea: “Realmente conseguí verlo de otra forma. Porque estos niños son felices y están orgullosos de hacer algo que le aporte a su familia un dinero para resolver su vida, para comprar comida o hasta para comprar una casa”.
El film, dice Todd, trata de encontrar el equilibrio: “No quiero decir que esto es grande ni hacer apología del boxeo con niños. Pero nuestra tarea tampoco es juzgar si lo que se hace en otras culturas está bien o no. Sólo quise dejar que las niñas y sus familias contasen su historia, darles voz. Quise que contaran porqué hacen lo que hacen y qué significa para ellos”, explica el director.
DESPUÉS DE LA JORNADA ESCOLAR
Después de la jornada escolar, niñas y niños cambian los libros por guantes y linimento para abrirse las cejas o partirse a leches los dientes de ídem, bajo la atenta mirada de sus orgullosos padres. Los daños físicos y las secuelas a largo plazo de estos niños han sido ya documentados.
Los pequeños, los más solicitados menores de 6 años, son entrenados y mimados por promotores y mafiosos de los suburbios de Bangkok que se enriquecen a costa de sus golpes. Muchos de ellos, de origen muy pobre, intercambian con los dueños de los gimnasios comida, alojamiento y entrenamientos a cambio del 50 por ciento de las ganancias en sus combates.
Los entrenamientos para aprender a dejar inconsciente al adversario se alargan hasta ocho horas diarias, durante siete días a la semana.
Sus padres, mientras, alientan con efusivo entusiasmo cada pelea, no por la gloria de la victoria sino por los pingües beneficios que esta genera para sus paupérrimas economías campesinas.
De hecho, el vencedor de cada combate hace más dinero en una hora (unos 20 euros) que el que pueda hacer cualquier agricultor o peón de fábrica en un par de meses.
Los padres, cómplices de su avaricia, instigan, regañan y ejecutan castigos violentos en la derrota (durante los combates también pellizcan o golpean a sus hijos para sacarles toda su rabia) y premian la victoria con la alegría de un nuevo contrato con mejor caché para futuras peleas.
Los niños y las niñas no llevan ningún tipo de protección personal, únicamente los guantes y cubrir su cuerpo de forma ritual con aceites y linimentos para difuminar los golpes del adversario.
Las peleas terminan cuando uno de los niños acaba desvanecido en el suelo o cuando un sollozo infantil anuncia la entrega irreversible de la toalla a su oponente.
En 1998 la retransmisión de un combate entre niñas de seis años, a modo de documental, en la televisión pública tailandesa, supuso el despegue de los programas de entrenamiento intensivo por parte de las más jóvenes aspirantes a campeonas de Muay Thai. Desde entonces, anualmente ingresan en estos centros de entrenamiento repartidos por todo el país unos 20 mil chicos y chicas.
Estas prácticas, denunciadas varias veces por la ONG Save the Children, son legales en Tailandia; donde el gobierno fomenta y promociona el deporte nacional haciendo la vista gorda de las peleas infantiles más suburbiales.
Los promotores, por el contrario, cubren sus espaldas obligando a firmar a los progenitores abusivas cláusulas eximentes de cualquier tipo responsabilidad en caso de lesiones graves.
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