martes, 9 de julio de 2013

Beethoven: Hombre, compositor y revolucionario

La oscura larga noche

El optimismo revolucionario de Beetho-ven estaba a punto de experimentar su prueba más seria. A pesar de que Na-poleón había restaurado todas las formas exteriores del Ancien Régime, el miedo y la repugnancia hacia la Francia napoleónica por parte de la Europa monárquica no era menos que antes. Los monarcas europeos temían la revolución incluso en la forma degenerada y torcida del Bonapartismo, igual que más tar-de temieron y odiaron la caricatura burocrá-tica estalinista de Octubre. Conspiraron con-tra él, pusieron en marcha ataques contra él, intentaron por todos los medios de estrangu-larlo y de sofocarlo.

El avance de los ejércitos de Napoleón en cada frente dio contenido material a estos sentimientos de alarma. Los regímenes reac-cionarios de la Europa monárquica, liderados por Inglaterra con sus suministros ilimitados de oro, tensaron cada nervio y tendón para enfrentar la amenaza desde Francia. Noso-tros entramos en un convulsivo período de guerra, conquista extranjera y luchas de liberación nacional, que, con alzas y bajas, duraron más de una década. El Grande Ar-mée de Napoleón casi conquistó el conjunto de la Europa continental antes de, finalmen-te, sufrir una derrota grave en las congeladas tierras de Rusia en 1812.

Debilitado por este duro golpe, una fuerza Anglo-Prusiana derrotó finalmente a Napo-león en los fangosos campos de Waterloo. Para Beethoven el año 1815 fue marcado por dos desastres: uno en la escena internacio-nal, el otro de carácter personal: la derrota de Francia en Waterloo y la muerte del querido hermano del compositor, Kasper.

Afectado profundamente por la pérdida de su hermano, Beethoven insistió en hacerse cargo de la educación de su hijo, Karl. Esto llevó a una disputa larga y amarga con la madre de Karl sobre la custodia. El período después de 1815 fue uno de reacción negra. La contrarrevolución monárquico-feudal triunfó en toda regla. El congreso de Viena (1814-15) reinstaló el dominio de los borbo-nes en Francia. Metternich y el Zar de Rusia pusieron en marcha una verdadera cruzada para derrocar regímenes progresistas por todas partes. Revolucionarios, liberales y progresistas fueron encarcelados y ejecuta-dos. Se impuso una ideología reaccionaria basada en la religión y en el principio monár-quico.

Las monárquicas Austria y Prusia domina-ron Europa, apoyadas por las bayonetas de la Rusia zarista. Es verdad que la guerra contra Francia contenía elementos de una guerra de liberación nacional en países como Alemania, pero el resultado fue enteramente reaccionario. El caso más claro de esto era España. El dominio extranjero fue derrocado por un movimiento nacional, cuyo compo-nente principal eran las “masas oscuras” -un campesinado pisoteado y analfabeto bajo la influencia de un clero fanático y reaccionario-. Bajo el reinado de Fernando VII, la reacción reinó en España, donde el experimento de una constitución liberal fue aplastado.

Las magníficas y tortuosas pinturas de los últimos años de Goya reflejan la esencia de este período turbulento. Las pinturas y agua-fuertes de Goya son una reflexión gráfica del mundo que él vio a su alrededor. Como la música de Beethoven, estas pinturas son más que arte. Son una declaración política. Son una furiosa protesta contra el espíritu prevaleciente de la reacción y el oscuran-tismo. Así, para subrayar su protesta, Goya eligió el camino voluntario del exilio fuera del régimen represivo del rey traidor Fernando VII, su viejo protector.

Goya no estaba solo en su odio hacia el monarca español -Beethoven rehusó enviarle sus obras-. Hacia 1814 -la fecha del congre-so de Viena- Beethoven estaba en el pi-náculo de su carrera. Pero la creciente reac-ción en Europa, la cual enterró las esperan- zas de una generación, tuvo un efecto desa-lentador sobre el espíritu de Beethoven. En 1812, cuando la marcha del ejército de Na-poleón fue detenida a las puertas de Moscú, Beethoven trabajaba en su Séptima y Octava sinfonías. Y después de 1815, el silencio. Él no escribió más sinfonías durante casi una década, cuando escribió su última y más grandiosa sinfonía.

La derrota final de lo que restaba de la Revolución Francesa enterró todas las esperanzas y sofocó el impul-so creativo. Durante los años de 1815 a 1820 se observó una declinación aguda en la producción de Beethoven comparada al enorme flujo de música del período anterior. Solamente seis obras de im-portancia fueron producidas en tantos años. Estas inclu-yen el ciclo de canciones An der fernte Geliebte (Al amado distante), las últimas sonatas para violoncelo y piano, las sonatas para piano Opus 101 y la gran sonata Hammerkla-vier -un trabajo lleno de con-tradicciones internas y discor-dia, posiblemente reflejando la discordia en su vida personal-. Él estaba profundamente sordo ahora.

Leemos historias desgarradoras de su lu-cha para oír algo de sus propias composi-ciones. Éstas tienen un carácter filosófico cada vez más contemplativo e introvertido. El movimiento lento de la sonata de Hammer-klavier, por ejemplo, es abiertamente trágico, reflejando un sentido de aceptación. La sor-dera de Beethoven lo condenó a una soledad agonizante, empeorada por períodos fre-cuentes de carencia material. Se volvió más introvertido que nunca, malhumorado y sus-picaz, lo que sirvió solamente para aislarlo todavía más de otra gente.

Después de la muerte de su hermano, de-sarrolló una obsesión con su sobrino Karl y se convenció de que él debía estar a cargo de la educación del muchacho. Utilizó toda su influencia para conseguir la custodia so-bre su sobrino y después negar el acceso de la madre de Karl a su hijo. Sin embargo, care-ciendo de cualquier experiencia de paterni-dad, trató a Karl con una dureza y rigidez excesivas. Esto llevó eventualmente a Karl a intentar suicidarse -un golpe devastador para Beethoven-. Más adelante se reconciliaron, pero todo el asunto llevó solamente a una gran infelicidad y dolor para cada implicado. ¿Cuál era la razón de esta obsesión extraña?

A pesar de su naturaleza apasionada, Bee-thoven nunca tuvo éxito en la formación de una relación satisfactoria con una mujer y no tenía ningún hijo propio. Todas sus emocio-nes fueron vertidas en su música. El resulta-do fue un beneficio eterno para la humani-dad, pero dejó indudablemente un vacío en la vida personal de Beethoven. Ya no un hombre joven, sordo, solo y enfrentado al naufragio de todas sus esperanzas, intentaba desespera-damente llenar el vacío en su alma. Frustrado en la esfera política, Beethoven se lanzó a lo que él se imaginaba era la vida familiar que nunca había tenido.

Aislamiento

A pesar de todo, en esta noche larga y oscura de la reacción, Beethoven nunca perdió la fe en el futuro de la humanidad y en la revolución.

Beethoven no era un humanista burgués sino un partidario republicano y un ardiente militante de la Revolución Francesa. No estaba dispues-to a entregarse a la reacción prevaleciente o al compromiso con el status quo. Este intransi-gente espíritu revolucionario nunca lo abando-nó hasta el final de sus días. Había hierro en el alma de este hombre que lo sostuvo a través de todas sus aflicciones y tribulaciones en la vida. Su sordera le duró los últimos nueve años de su vida. Uno a uno, él había perdido a sus más íntimos amigos y estaba completamente solo. En esta soledad desesperada, Beethoven se vio reducido a comunicarse con la gente me-diante la escritura. Descuidó su apariencia aún más que antes, y daba el aspecto de un vaga-bundo cuando salía.

Con todo, incluso en tales circunstancias trá-gicas, él estaba trabajando en sus obras maes-tras más grandes. Como Goya en su período negro, ahora componía no para el público sino para él mismo, encontrando la expresión para sus pensamientos más íntimos. La música de sus últimos años es el producto de la madurez de la edad avanzada. No es música bella sino muy profunda. Trasciende el Romanticismo y señala el camino adelante al tortuoso mundo de nuestra propia época. Lejos de ser popula-res en esta época, los trabajos de Beethoven estaban totalmente fuera de moda. Estaban contra el es-píritu de los tiempos.

En periodos de reacción, el público no quiere ideas pro-fundas. Así, después de la derrota de la Comuna de Pa-rís, las operetas ligeras frí-volas de Offenbach hacían furor. La burguesía de París no quería recordar los conflic-tos y las tensiones sino beber champán y mirar los numeri-tos de las vedettes de las revistas. Las melodías felices pero superficiales de Offen-bach reflejaron este espíritu perfectamente.

En este período Beethoven escribió la Missa Solemnis, la Grosse Fuge y los últimos cuartetos de cuerdas (1824-26), música muy por delante de su tiempo. Esta música penetra mucho más hondamente en las profundidades del alma humana que casi cual-quier otra composición musical. Sin embargo, tan extraordinariamente original era esta mú-sica que mucha gente realmente pensó que era signo de que Beethoven se había vuelto loco. Beethoven no prestó absolutamente ninguna atención a todo esto. No se interesó para nada en la opinión pública y nunca fue discreto en cuanto a la expresión de sus opiniones. Esto era peligroso. Solamente su estatus como com-positor famoso le mantuvo fuera de la prisión.

Debemos considerar que en aquél tiempo Austria era uno de los principales centros de la reacción europea. No sólo la política sino tam-bién la vida cultural fueron sofocadas. Los es-pías de la policía del emperador estaban en cada esquina. La censura vigilaba atentamente todas las actividades que podrían considerar-se, incluso, ligeramente subversivas. Bajo tales circunstancias, el respetable burgués vienés no quería escuchar música compuesta para aren-garlos a luchar por un mundo mejor. Prefería que sus oídos fueran suavemente rozados por las óperas cómicas de Rossini -el compositor en boga-.

Por el contrario, la gran Missa Solemnis de Beethoven fue un fracaso. El tormento en el alma de este gran hombre encontró su reflejo en esa composición extraña conocida como la Grosse Fuge. Es una música intensamente personal que indudablemente nos dice mucho sobre el estado de ánimo de Beethoven en este tiempo. Aquí estamos en presencia de un mun-do de conflicto, de disonancia y de contradic-ciones sin resolver. No era lo que el público quería escuchar.

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