El bolígrafo, junto al lápiz y la pluma fuente, es el instrumento manual más utilizado por los escritores en el proceso de la escritura, no en vano se dice que si el guerrillero carga su fusil tanto en la trinchera como en la línea de fuego, el escritor carga su bolígrafo tanto en el bolsillo de la camisa como en el bolsillo de la chaqueta; ambos dispuestos a usar sus armas en una contienda donde las balas hacen correr sangre y las palabras hacen correr tinta.
El bolígrafo, a diferencia del fusil, se caracteriza por su punta de escritura, generalmente de acero o tungsteno, que sirve para regular la salida de la tinta sobre el papel, a medida que se la hace rodar como la bola de un desodorante en las axilas. El tubo que contiene la tinta es de plástico o metal, y se encuentra en el interior de un armazón que permite asirlo entre los dedos con cierta comodidad. Dicho armazón está compuesto de base y tapón, con diversos mecanismos que sacan o retraen la punta de la carga para protegerla de golpes y evitar que manche el bolsillo cuando se lo lleva sujeto por su clip.
El bolígrafo se hizo necesario desde el instante en que el hombre se puso a escribir con tinta. En principio se usaron las plumas de aves, con cuyo cálamo se escribía en papiros, pergaminos y papeles. Sin embargo, mientras más se multiplicaban los escritores, las aves corrían el riesgo de pasar a ser especies en peligro de extinción. De modo que, entre las luces y las sobras de la Edad Media, a los amantes de la naturaleza se les ocurrió la brillante idea de inventar las plumas metálicas. El enciclopedista francés Denis Diderot, refiriéndose a la pluma estilográfica en 1757, la describió así: "Es una especie de pluma hecha de tal manera que contiene cierta cantidad de tinta, que escurre poco a poco y permite escribir sin tener que tomar tinta nuevamente".
Los escritores, ansiosos por redactar con un instrumento más ágil y cómodo que la pluma metálica, tuvieron que esperar con insoportable paciencia, hasta que por fin se inventó el primer bolígrafo, con una bolita en lugar del plumín. El modelo fue diseñado por los hermanos húngaros Laszlo y George Biro en 1938. Se dice que Laszlo, en su condición de periodista, estaba molesto por los trastornos que le ocasionaba su pluma estilográfica cuando ésta se le atascaba en medio de un reportaje; así que, una noche que no pudo conciliar el sueño, concibió la idea de su magnífico invento, luego de haber observado a unos niños que jugaban con bolitas en la calle, sobre todo, cuando una de ellas atravesó un charco y que, al salir rodando, siguió trazando una línea de agua sobre la superficie seca de la calle.
Cabe mencionar que la idea de los hermanos Biro se hizo posible también gracias al químico austríaco Franz Seech, quien inventó una tinta que se secaba al contacto con el aire. La nueva tinta y el bolígrafo se comercializaron con el nombre de Paper Mate en la década de los 40 y, desde entonces, los escritores dejaron de usar la tinta líquida, las plumas de aves y las plumas metálicas. El bolígrafo, de hecho, ingresó con paso de parada en el mercado de los productos de escritorio. Fue ampliamente utilizado en la Segunda Guerra Mundial y llegó a ser un producto común en la mayoría de los hogares, gracias a los procesos de fabricación económicos y con cartuchos de tinta de repuesto, asequibles al bolsillo de los consumidores.
El bolígrafo, a pesar de su fácil manejo, ha provocado una rara enfermedad conocida como el "calambre del escritor", pues más de uno lo ha usado hasta que le salgan callos o sienta un dolor en la parte inferior del dedo medio o en el último nudillo del mismo dedo. Los médicos especialistas, a su vez, han aconsejado buscar un punto de activación en el segundo músculo interóseo dorsal, situando entre los metacarpianos de los dedos índice y medio. Este músculo permite que el dedo medio se junte con el pulgar para coger el bolígrafo. Eliminar el conocido "calambre del escritor" es, por fortuna, una cuestión muy simple, considerando que los músculos cortos del pulgar y primer interóseo dorsal son normalmente el origen del "calambre del escritor".
Con calambre o sin él, los escritores, adictos a escribir con bolígrafos de todas las marcas, colores, tamaños y calibres, no han dejado de usar este instrumento como amuleto hasta el día de su muerte. No es casual que Mario Benedetti, en uno de los poemas que escribió en los últimos años de su vida, nos habló de su pasión por el bolígrafo y nos recordó: "Cuando me entierren / por favor no se olviden / de mi bolígrafo".
Ya se sabe que Julio Cortázar leía los libros casi siempre con un bolígrafo en la mano, para anotar comentarios al margen de las páginas; una manía que yo mismo cogí durante un buen tiempo. Por eso varios de los libros de la biblioteca del Instituto Latinoamericano de la Universidad de Estocolmo llevan mis subrayados y comentarios en el margen de las páginas; es más, aún recuerdo el día en que, cuando iba a devolver los libros, una bibliotecaria me preguntó a quemarropa: "Eres tú quien raya los libros, ¿verdad?" No supe qué contestar y, con el rubor en la cara, negué con un simple movimiento de cabeza, ya que si reconocía esta extraña manía, corría el riesgo de pagar el costo total de los libros. Desde luego que ella, ante mi negativa, se quedó con la duda, y yo, apelando a lo más puro de mi conciencia, me hice la promesa de no volver a garabatear en los libros prestados.
Lo peor es que en esos libros prestados quedó mi letra escrita con bolígrafos, como quien revela, sin quererlo o sin saberlo, las características más íntimas de su personalidad. Según los grafólogos, la escritura, como el andar, el ademán, la mímica y todos los aspectos de la psicomotricidad de la persona, lleva también la impronta particular de cada individuo. Estos expertos en estilos de escritura son capaces de descifrar las virtudes y los defectos de una persona, analizando una simple muestra de escritura espontánea. Y todo esto debido a que el acto de escribir -en cuanto representa el resultado de un conjunto de movimientos musculares de la mano estrechamente dirigidos y coordinados por el centro cerebral de la escritura y que con el tiempo forman un hábito íntimamente ligado a las características psíquicas de un determinado individuo- se traduce en unos caracteres gráficos peculiares, que no sólo revelan el estado de ánimo del individuo en el momento en que escribió, sino también las vicisitudes de su fuero interno, como si la escritura fuese el espejo del alma.
Con todo, a estas alturas de mi vida, no me queda más remedio que aceptar con resignación el error de haber hecho pública mi personalidad más íntima, debido a esta maldita manía de tener siempre un bolígrafo a mano y escribir donde no se debe, aunque al mismo tiempo estoy consciente de que promover el mayor uso del bolígrafo es, desde todo punto de vista, una buena manera de fomentar la escritura a mano, al menos para sentir el alivio de que así se escriben mejor las cartas y las tarjetas postales, en una época en que las máquinas de escribir y los ordenadores han convertido al bolígrafo en un instrumento casi rupestre y pasado de moda.
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