Leí en una revista de pasajeros a bordo una nota sobre los “no lugares”; donde nadie habita, sin identidad, como las salas de embarque o las mangas del avión. Pensé que la modernidad nos aleja cada vez más de la vida y que lo urgente hace de nuestra casa un “no lugar” y que tanta eventualidad nos lanza a la soledad.
Pero con la modernidad viene la tecnología y el hombre también se vale de ella para volver a su esencia fundada en el amor. Proliferan los sitios en la red para buscar pareja y eso no es nuevo. Lo nuevo es que la empresa estadounidense "Scientific Match.com, la ciencia del amor" ofrece unir parejas mediante compatibilidad genética. El interesado envía una muestra de saliva por correo, la empresa analiza los genes que tienen influencia en el olor corporal que lleva a la atracción sexual y envía una clave para ver en la web una lista de candidatos con los que tendría "química". La empresa cobra 995 dólares y, según dicen, es infalible: logran “menos infidelidad, mejores orgasmos, más fertilidad e hijos más saludables".
También sonreí con la noticia, pero “todos los caminos parecen válidos para satisfacer un deseo compartido: no estar tan solos”.
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