Tal vez porque las consideraron criaturas dignas de consideraciones o como paliativo a la mala conciencia, al debutar como estados nucleares, varios países pusieron nombres a las bombas atómicas conque iniciaron tan infausta carrera. En algunos casos las denominaciones han sido irónicas o amenazantes, en otros evidenciaron un macabro sentido del humor y hubo ejemplos insólitos cuando algunas se ligaron a la fe y se les identificó con alguna deidad digna de piadoso respeto.
La bomba que sirvió para protagonizar la primera explosión nuclear en Álamo Gordo el 16 de junio de 1945 se llamó Trinity, en alusión a la Santísima Trinidad, que en el credo cristiano une en una misma sustancia los mayores símbolos de la fe: el Padre, el Hijo y el espíritu Santo. La que arrasó a Hiroshima el 6 de agosto de 1945 fue denominada Little Boy (Niño Pequeño y la que, tres días después impactó sobre Nagasaki se bautizó como Fat Man (hombre Gordo). Trinity no hizo daño a nadie, excepto que al ser un experimento exitoso abrió el camino a la era atómica.
En apenas segundos, el “Niño Pequeño” mató a 100.000 personas en Hiroshima mientras el “Hombre Gordo que no eliminó a ningún militar porque no los había allí, aunque acabó con la vida, los sueños y las esperanzas de 80.000 hombres, mujeres y niños que habitaban Nagasaki. El avión que operó sobre Hiroshima tenia nombre de mujer: Enola Gay como la madre del piloto Paul Tibbets.
Los soviéticos que nunca tiraron bombas atómicas a nadie llamaron al artefacto con que debutaron en agosto de 1949: “Primer Relámpago”, mientras que para referirse a ella los servicios de inteligencia norteamericanos la nombraban Joe I. De ese modo se continuó una tradición iniciada durante la Conferencia de Teherán cuando para referirse a Stalin, en los cables cifrados se le mencionaba como “Tio Joe” en analogía con el Tio Sam.
Conocedor de la decisión norteamericana de avanzar con el Proyecto Manhattan, los gobiernos de Inglaterra y Canadá colaboraron con la información científica disponible mientras Francia que era la más avanzada, por intermedio de la resistencia, entregó los resultados de que disponía. Concluida la guerra cada país se empeñó en sus propios proyectos y mientras Canadá se abstuvo de desarrollar armas atómicas, Inglaterra y Francia avanzaron, cada cual por su camino.
Agrupando a los científicos británicos que regresaban de Estados Unidos y que habían colaborado con el proyecto norteamericano, Gran Bretaña desarrolló en secreto su programa atómico y el 3 de octubre de 1952 en una bahía australiana a unos 14 000 kilómetros de sus costas, detonó la primera bomba nombrada Hurricane.
Bajo la dirección científica de Fréderic JoliotCurie, Francia diseñó su propia bomba y luego de que en 1956, durante la crisis del canal de Suez, Estados Unidos se desmarcara de su alianza y el país galo fuera amenazado por la Unión Soviética con arrasar a Paris, aceleró los trabajos para disponer de armas atómicas y el 13 de febrero de 1960, en el Sahara argelino realizó su primera explosión nuclear. La bomba francesa se nombró “Gerboise Blue”, traducido como “Ramo de Flores Azules”.
Gracias a la transferencia de tecnología, materiales e información desde la Unión Soviética, en la década de los cincuenta, en medio de una aterradora pobreza, China comenzó el desarrollo nuclear que la conduciría a la producción de la primera bomba atómica detonada el 16 de octubre de 1964. Aquel ingenio no tuvo nombre sino que se le identificó con un número: “Dispositivo 596”.
La India, que probó su primer artefacto nuclear el 18 de mayo de 1974, la llamó “Buda Sonriente” y Pakistán, aunque no oficialmente, denominó a su primera bomba como “Bomba Islámica”. Corea del Norte no puso nombre a la suya pero, de haberlo hecho, no es difícil de imaginar cómo se denominaría. Israel y Sudáfrica que nunca admitieron poseerlas no han revelado sus preferencias e Irán que dice no quererlas, tampoco se preocupa por bautizar lo que según sus autoridades: no se necesita, no se planifica ni se desea.
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