Fue a regañadientes. Tuvo dos accidentes cuando conducía ebrio y al llegar el momento de renovar su licencia de conducir, la Dirección de Tránsito envió a José Carlos a Alcohólicos Anónimos (AA). Sus colegas taxistas se reían por lo bajo, pero le aconsejaban: “A qué vas a ir para allá”. Todos imaginaban un sitio gris y lleno de desastrados seres ojerosos, vencidos, deprimidos y con las ropas ajadas por haber estado tirados en la calle. En suma, pensaba que iba a un lugar lleno de borrachitos que atravesaban o fingían estar en una transitoria pausa con el alcohol.
Un mes demoró en decidirse a asistir a la primera reunión hasta que el 21 de mayo llegó, a las 19:30, a una sencilla y pulcra sala en la calle Santa Bárbara No. 79. Quedó impresionado. En la tercera reunión reconoció que era un alcohólico y empezó a seguir un programa que empezó hace 77 años y ha probado ser el más exitoso para dejar de beber.
LO QUE VIO JOSÉ CARLOS
Tomó asiento en una de la veintena de sillas que están dispuestas en círculo. En las paredes vio cuadros en los que se lee: “Piense, piense, piense” y “Hágalo con calma”. Observó a los asistentes. Definitivamente, estos alcohólicos no lucen como borrachitos de la calle. Se ven pulcros y su elocuencia no es abrumadora, sino cálida. Los maletines y mochilas indican algunos que vienen directamente del trabajo. No falta alguna mujer joven acompañada por su pequeña hija. El segundo impacto es el rito del comienzo de la reunión. Todos se ponen de pie y se toman de las manos. Es extraño para el taxista sentir la mano de un hombre. Esa calidez parece ir directamente al corazón. Entonces vienen estas palabras, que se recitan en coro: “Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que sí puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”.
ASÍ SE EMPIEZA A SENTIR
Después, la persona que dirige la reunión pregunta si alguien quiere ‘dar sus 24’. Se refiere a un relato breve acerca de las últimas 24 horas. Siempre hay alguien.
-“Hola, me llamo Sonia y soy alcohólica”
-“¡Hola, Sonia”!, responde el grupo.
-“Gracias al grupo y al ser superior, no he tomado ni una gota en estas 24 horas”.
-“¡Ánimo y adelante, Sonia!”, se oye retumbar en la sala.
Así, sucesivamente, los integrantes describen el logro de esas 24 horas. No prometen nada para las siguientes 24, tal como dicen los principios de Alcohólicos Anónimos. Todos conocen de sobra las promesas de dejar de beber que el alcohólico ha realizado a médicos, sicólogos, religiosos, esposas, hijos e hijas, jefes y novias. Entre ellos no se pueden mentir.
MÁS QUE TESTIMONIOS
Julio empieza a compartir su historia. Empezó a los 11 años, cuando un tío le dio un vaso de cerveza mientras le decía que los hombres toman. No le gustó el sabor, pero sí el efecto. Se sintió seguro y empezó a charlar con una primita que le agradaba. No tardó en considerar al alcohol como su mejor amigo. A los 12 años ya tomaba las sobras de los mayores. Robó una botella de guinda y salió a beber con amigos. No recuerda cómo apareció con la nariz rota. Fue su primera laguna mental, que en AA es considerada como un indicador claro de que se padece de alcoholismo. Antes de los 13 escapó de su casa y trabajó en una maderera. Su pago semanal aguantaba solo el fin de semana, que pasaba entregado a borracheras.
Carla viene de una familia de madre golpeadora y padre golpeador. Eso parecía una excusa, pero sus dos hermanos, que vivieron en el mismo ambiente, no son alcohólicos. Se emborrachó por primera vez a los ocho años y luego a los diez. A los 16 tuvo su primera laguna mental. Desde entonces fue considerada la oveja negra de la familia. Al poco tiempo, durante una borrachera, fue violada. Siguió bebiendo, pero no podía soportar que un hombre le ofreciera una copa porque empezaba a golpearlo. Al tiempo tuvo su primera hija, pero el problema no desapareció. “Un día llegué borracha y mi hija vino a abrazarme y la empujé. Me encerré en el cuarto, boté las cosas y me quedé dormida. Ese día supe que tenía problemas con el alcohol”. Pero siguió bebiendo. “No me molestaba que mi hija llorara. Un día me dijeron que ella estaba mal, con diarrea. No me importó. Después supe que su apéndice estaba a punto de reventarse. Así decidí que debía dejar de beber”.
El deseo de dejar de beber es el primer paso y el único requisito para ser parte de AA. No sirve “el deseo de querer dejar de beber”.
DE DÓNDE VIENEN TANTA FRANQUEZA… Y LUCIDEZ
“Quiero dejar de beber”. Este importante paso puede conducir a una desintoxicación, a una consulta médica, a una terapia sicológica, a visitas al curandero o a la búsqueda de la religión. Hay quienes han resuelto su problema con estos procedimientos. En AA se aplican 12 pasos. El primero consiste en admitir la impotencia ante el alcohol y que sus vidas se volvieron ingobernables. Este reconocimiento implica entender que el alcoholismo es una enfermedad, tal como hace más de 60 años lo ha declarado la Organización Mundial de la Salud. Es, además, una enfermedad incurable, progresiva y mortal. El hígado, el corazón, los intestinos y el sistema nervioso sufren daños graves. Además, el alcohólico necesita beber cada vez más.
Ángel dice, mientras señala sucesivamente el estómago y la cabeza: “La enfermedad está aquí y aquí”, es decir, tanto en la mente como en el cuerpo. Ángel lleva 19 años sobrio y ha sido padrino de algunos ‘novatos’ en AA. El padrino se encarga de guiar al recién llegado en el programa de 12 pasos. Según su experiencia, el problema más frecuente es la negación. Por eso los testimonios no son simples historias tristes. Son un espejo múltiple en el que el alcohólico se reflejará de una u otra manera, con algún detalle u otro.
Tanto el segundo como el tercer paso requieren de un poder superior. Puede ser Dios para unos, un orden supranatural para otros, una idea perfecta para los más inclinados a la filosofía o una energía universal. “Llegamos a creer que un poder superior a nosotros mismos puede devolvernos el sano juicio” y poner las voluntades y vidas al cuidado de ese poder superior, son la antesala para admitir ante ellos mismos y ante otro ser humano la naturaleza exacta de los defectos propios. “Es como la confesión que se utiliza en la religión”, explica Ángel. Después de estar dispuestos a dejar que Dios, como ellos lo conciben, los libre de sus defectos de carácter, lo pidieron claramente.
El siguiente paso consiste en hacer una lista de todas las personas a quienes habían ofendido para reparar el daño causado. Puede ser devolver el dinero sustraído, disculparse por las palabras hirientes o confortar a quien lastimaron.
El inventario personal suele ser doloroso. “Empecé a beber desde que murió mi hijo. Culpé a mi suegro, a su madre”, dice Efraín. Otros, como Verónica, advierten que cuando se aleja del grupo, la gratitud se duerme. “Vivo con una madre que grita mucho y yo tengo varios defectos de carácter. Estoy aprendiendo a ser madre, pero estoy orgullosa de dejar las copas”, dice. Sus palabras son un cumplimiento de ese décimo paso.
Jorge lo dice de otra forma: “Si no soy feliz, vuelvo a beber. Tengo que aceptar el pasado y el presente. Si sufro, vuelvo a beber, porque yo me inventaba sufrimientos: ‘Mi papá murió’ o ‘no pude estudiar’. Bueno, ya, hacé algo por vos. Pero nadie puede hacer algo solo, sin ayuda es imposible. Estoy aquí porque quiero vivir una vida plena. Antes pensaba que los que bebían eran pobres cojudos y que el alcohol era para los opas, para los que no estudian. Y que uno bebe hasta los 40 y de ahí para”, reflexiona.
Cada día, después de ‘dar las 24’ se sugiere un tema de reflexión. Hay muchos. Uno de ellos es ‘Todos somos iguales’. La sugerencia dispara en Jorge el recuerdo de su primera visita a AA, en Lima. “Llegué a un lugar de millonarios. Todos tenían corbata y algunos hasta yates. Yo llegué de la calle, mal vestido y hediondo. Pero me abrazaron y me trataron bien”.
La reflexión, la oración y la meditación buscan mejorar el contacto consciente con Dios. Es el paso 11. El último paso consiste en ayudar a otros. Cuando fallan otras actividades, trabajar con otros alcohólicos asegura la inmunidad a la bebida. “Ver a las personas recuperarse, verlas ayudar a otras, ver cómo desaparece la soledad, ver una comunidad desarrollarse a nuestro alrededor, es una experiencia que no querrás perderte”, dice el libro que constantemente leen. Ellos saben que pueden ayudar mucho.
También lo han entendido instituciones como Tránsito, que ha enviado a quienes conducían ebrios a asistir a 15 o 30 sesiones en Alcohólicos Anónimos. Cinco se han quedado en el grupo. Asistieron al menos unas 50 personas desde octubre de 2011. La Defensoría de la Niñez del distrito 1 empezó a dar talleres en colegios donde los directores detectan problemas de alcohol. Los directores y profesores suelen escuchar a chicos de 13 años que van a salir a ‘tomar unas chelitas’, cuenta una de las asistentes. La reacción es el taller. Si hay algunos que ya tienen problemas, la sicóloga Nancy Toledo toma la posta y no es raro que pida la participación de Ángel, de AA. El Viceministerio de Defensa Social, a través de la jefatura de Prevención Holística, que ejerce Sandra Hensler, también visita los colegios. Participan integrantes de AA y Copenal, una instancia de coordinación que reúne a varias instituciones dedicadas a prevenir el abuso de drogas y alcohol. Siguen una planificación anual en la que han incluido los talleres en colegios como una de sus herramientas.
La efectividad de los 12 pasos es reconocida. Ángel lleva 19 años sobrio. José Carlos ha cumplido una semana. El domingo antepasado estuvo en una fiesta en San José, con su novia. “Vi a los demás borrachos, como si estuviera yo en otro lado. Tomé puro refresco”. El lunes, José Carlos pudo decir, al octavo día de su visita: “Hola, soy José Carlos. Soy alcohólico. No he bebido nada en estas 24 horas”.
1.000
Integrantes de AA en todo el país en recuperación.
50
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