M eses después de que los nazis llegaran al poder en Alemania, se impulsó una campaña orientada a la eliminación de personas consideradas “no aptas para vivir”, la cual en una primera fase incluía la esterilización. Este primer grupo de víctimas del nazismo no estaba constituido por los rivales de los nazis -como los comunistas, socialdemócratas o judíos-, sino por alemanes que padecían alguna enfermedad física o psiquiátrica.
Hitler creía que las leyes de Darwin podían aplicarse a la sociedad humana, es decir que en ella eran los fuertes quienes sobrevivían. Según su razonamiento, si Alemania era fuerte no sólo podría sobrevivir, sino también conquistar territorios. Pero la supremacía alemana estaba obstaculizada en su interior por la existencia de seres no “aptos para vivir”. Por ello, como paso inicial, a fines de julio de 1933 se promulgó la Ley para la Prevención de Progenie con Enfermedades Hereditarias, mediante la cual se hacía obligatoria la esterilización en casos de enfermedades hereditarias y de alcoholismo crónico.
La eliminación de enfermos no podía darse en un clima de paz, por lo que su exterminio coincidió con el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
El “homicidio compasivo” infantil
Durante el Gobierno de Hitler era común que la “gente sencilla” por diferentes motivaciones escribiera al Führer.
Entre la correspondencia existían solicitudes escritas por padres de niños enfermos, quienes pedían el “homicidio compasivo” para sus hijos. Alegando una solicitud, en la cual los padres pedían autorización para acabar con la vida de su bebé que tenía malformaciones, se diseñaron medidas burocráticas y médicas que dirigirían la campaña de eutanasia para “nacidos con malformaciones”.
A partir de agosto de 1939, el personal médico de los centros sanitarios tenía la obligación de informar sobre la existencia de pacientes que sufrieran enfermedades congénitas y hereditarias como el síndrome de Down, la micro e hidrocefalia y la ausencia de una extremidad. Posteriormente, un equipo de tres médicos escogía a los niños que recibirían el “homicidio compasivo”.
En esta fase inicial, los médicos efectuaban el “homicidio compasivo” administrando barbitúricos. Según el historiador Michael Burleigh, la aplicación del programa de eutanasia infantil significó la muerte de alrededor 6.000 niños y niñas alemanes, menores de 16 años.
Aktion T-4
Pero el proyecto de mayor envergadura fue el programa de eutanasia para adultos, cuyas oficinas y cuartel general se encontraban ubicadas en la Tiergartenstrasse de Berlín, por ello se denominó Aktion T-4.
Según una proporción matemática, si la población de Alemania era de 70 millones de personas, los enfermos que debían ser eliminados llegaban a 70.000.
Para acabar con los adultos enfermos se determinó utilizar el gas monóxido de carbono, el cual se introduciría por cabezales rociadores de ducha. Los lugares donde se eliminaría a los enfermos, además de estar relativamente alejados, debían tener fácil acceso; éstos fueron Bernburg, Brandemburgo, Grafeneck, Hadamar, Hartheim y Sonnenstein.
El primer contacto con los funcionarios de las oficinas del T-4 se iniciaba con el envío de un formulario a los centros sanitarios, en el cual se debía indicar qué enfermedades físicas y mentales tenían los internos. Después de recibir los registros, los directores de las instituciones tenían hasta diez semanas para llenarlos; cumplido el plazo y en caso de no recibir los formularios, el T-4 enviaba equipos móviles que seleccionaban a los enfermos, quienes eran enviados en trenes y buses a los centros de exterminio o a instituciones de “almacenaje temporal”.
El proceso continuaba cuando se los introducía en cámaras de gas herméticamente cerradas que tenían el aspecto de duchas; muchos pacientes ingresaban en ellas provistos de jabón, esponjas y cepillos; posteriormente, los médicos del programa procedían a accionar los manómetros de los cilindros de gas; una vez muertos, se encendían ventiladores que dispersaban los gases; finalmente, los “quemadores” o “desinfectadores” entraban a sacar los cadáveres a los que, después de extraerles los dientes de oro o de practicarles una autopsia orientada a la investigación, conducían a hornos crematorios.
Finalmente, se elaboraba un informe para los familiares, en el cual no sólo se falseaba la causa de la muerte, sino también el lugar. Según Burleigh, para evitar una “sospechosa concentración de muertes” en determinados lugares, los funcionarios utilizaban un mapa y alfileres de colores con los cuales distribuían geográficamente el lugar de los decesos.
Pese a que los nazis cuidaron hasta el último detalle el proceso de exterminio de alemanes enfermos, para llevarlo a cabo de manera eficiente y reservada, surgieron protestas en diferentes sectores de la población; uno de ellos fue el eclesiástico.
El sermón de un obispo
La protesta más notoria fue la del jesuita Clemens August Graf von Galen, quien era obispo de Münster.
En el sermón del 3 de agosto de 1940, el obispo no sólo contó lo que sabía del T-4, sino también afirmó que había presentado una acusación de asesinato contra el programa. Posteriormente criticó los argumentos utilitaristas en los cuales se basaba el programa de “eutanasia”. También advirtió a los asistentes que bajo estos argumentos, en un futuro, el Estado podría asesinar a quienes se consideraba improductivos, como los incapacitados, los ancianos e incluso los soldados “gravemente heridos”. El sermón provocó diferentes reacciones, pues algunos escondieron a sus familiares ancianos y otros se negaron a tomarse radiografías.
Poco después del sermón de August von Galen, el programa de eutanasia fue detenido; no se sabe si eso obedeció al sermón del jesuita o a que el objetivo inicial de eliminar 70.000 víctimas se había cumplido e incluso superado, pues la cifra de personas eliminadas llegó a 70.273.
ío de un formulario a los centros sanitarios, en el cual se debía indicar qué enfermedades físicas y mentales tenían los internos. Después de recibir los registros, los directores de las instituciones tenían hasta diez semanas para llenarlos; cumplido el plazo y en caso de no recibir los formularios, el T-4 enviaba equipos móviles que seleccionaban a los enfermos, quienes eran enviados en trenes y buses a los centros de exterminio o a instituciones de “almacenaje temporal”. El proceso continuaba cuando se los introducía en cámaras de gas herméticamente cerradas que tenían el aspecto de duchas; muchos pacientes ingresaban en ellas provistos de jabón, esponjas y cepillos; posteriormente, los médicos del programa procedían a accionar los manómetros de los cilindros de gas; una vez muertos, se encendían ventiladores que dispersaban los gases; finalmente, los “quemadores” o “desinfectadores” entraban a sacar los cadáveres a los que, después de extraerles los dientes de oro o de practicarles una autopsia orientada a la investigación, conducían a hornos crematorios. Finalmente, se elaboraba un informe para los familiares, en el cual no sólo se falseaba la causa de la muerte, sino también el lugar. Según Burleigh, para evitar una “sospechosa concentración de muertes” en determinados lugares, los funcionarios utilizaban un mapa y alfileres de colores con los cuales distribuían geográficamente el lugar de los decesos. Pese a que los nazis cuidaron hasta el último detalle el proceso de exterminio de alemanes enfermos, para llevarlo a cabo de manera eficiente y reservada, surgieron protestas en diferentes sectores de la población; uno de ellos fue el eclesiástico. El sermón de un obispo La protesta más notoria fue la del jesuita Clemens August Graf von Galen, quien era obispo de Münster. En el sermón del 3 de agosto de 1940, el obispo no sólo contó lo que sabía del T-4, sino también afirmó que había presentado una acusación de asesinato contra el programa. Posteriormente criticó los argumentos utilitaristas en los cuales se basaba el programa de “eutanasia”. También advirtió a los asistentes que bajo estos argumentos, en un futuro, el Estado podría asesinar a quienes se consideraba improductivos, como los incapacitados, los ancianos e incluso los soldados “gravemente heridos”. El sermón provocó diferentes reacciones, pues algunos escondieron a sus familiares ancianos y otros se negaron a tomarse radiografías. Poco después del sermón de August von Galen, el programa de eutanasia fue detenido; no se sabe si eso obedeció al sermón del jesuita o a que el objetivo inicial de eliminar 70.000 víctimas se había cumplido e incluso superado, pues la cifra de personas eliminadas llegó a 70.273.
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