Como todo cuento o fábula la historia del rey Midas encierra un fondo de enseñanza. Es que la avaricia es uno de los defectos que hacen al hombre despreciable, pues el deseo inmoderado de acumular riquezas, privándose hasta de los más necesario, no puede en ninguna forma llevar a la felicidad. Ahora veamos rápidamente la historia del rey Midas.
Este rey rico y avaro era soberano de Frigia; era, además, de un excelente músico, que se jactaba de no tener rival en este arte, muy orgulloso y lleno de vanidad. Sabía por una predicción de un oráculo que llegaría un tiempo en que sería riquísimo, lleno de fortuna.
Siendo muy pequeñito, en circunstancias que estaba dormido, unas hormiguitas depositaron en su boca unos granos de trigo. De ahí que el oráculo predijese su futura riqueza.
Baco, dios del vino en compañía de su preceptor Sileno hizo un viaje muy largo y lleno de aventuras y llegó al país donde reinaba Midas. Pero Sileno, que era un anciano borrachín empedernido, se extravió en el camino y fue hallado dormido al pie de un árbol por unos pastores que, después de adornarlo con pámpanos, lo llevaron a la presencia del rey Midas. Este recibió a Sileno con grandes muestras de simpatía, lo agasajó espléndidamente durante diez días y luego lo hizo llevar hasta el lugar en que Baco y sus sátiros y bacantes se hallaban. A Baco le agradó mucho lo que había Midas hecho en favor de su preceptor, y a pedido de Midas le concedió que todo lo que él tocara se convirtiera en oro, Midas, que era afecto a las riquezas en forma desmedida, se alegró mucho de la gracia, que baco habíale acordado, de modo que si tocaba un palacio, éste se convertía inmediatamente en oro. Cogió una piedra y también se convirtió en oro. Lo mismo ocurría con cualquier cosa que tocara. Soy el hombre más rico del mundo, decía. Midas no pensó más que en atesorar riquezas, pero pronto hubo de arrepentirse, pues hasta los alimentos que quería llevar a la boca se convertían en el dorado metal. Lo mismo ocurrió con el agua. Midas estaba desesperado, se moría de hambre en medio de sus enormes tesoros.
Angustiado por todo lo que le estaba ocurriendo se llevó las manos a la cabeza y también esta se le convirtió en oro. Sólo entonces comprendió el castigo a su avaricia que él mismo se había impuesto.
Midas alzó los brazos al cielo y exclamó suplicante: –¡Oh, amigo Baco, ten piedad de mí! Perdóname y líbrame de este don que para mí es una maldición.
Se fue en busca de Baco, quien le ordenó que se bañara en las aguas del río Pactolo para perder la virtud que tenía de convertir en oro todo lo que tocaba. Desde entonces la historia añade que las aguas de este río de Frigia arrastran arenas de oro en su corriente.
Escarmentado por todo lo que le había ocurrido, a partir de aquel momento, el rey Midas le tuvo odió a toda clase de riquezas y, abandonando las magnificencias de su palacio y su cuantiosa fortuna, se dedicó a caminar errante por los bosque honrando al dios Baco, benefactor de los pastores.
Pese a todo, la verdad es que el monarca no estaba totalmente curado de su necedad, y así, por esta causa, no tardó en ocurrirle otro percance, muy gracioso esta vez, pero eso es otra historia.
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