viernes, 19 de abril de 2013

Estambul, la otra capital del tango



Sobre la cubierta de un barco suena Astor Piazzolla y se mecen decenas de parejas al ritmo de una milonga. No es el Río de la Plata, aunque lo parece. Es el Bósforo y la silueta urbana es la de Estambul.

El paseo en barco forma parte del festival TanGotoIstanbul, una de las citas anuales que congregan a cientos de aficionados y profesionales, tanto turcos como rusos, libanesas, egipcios, españoles o estadounidenses que aquí buscan una segunda "Meca" de su pasión, más allá de Buenos Aires o Montevideo.

La afición tanguera en Turquía tiene una trayectoria curiosa: el país, recién convertido en una república moderna, no quedó inmune ante la conquista mundial del baile argentino en los años 20 del siglo XX.

Y así surgió el 'tango turco', en el que cantantes locales recreaban en idioma turco, acompañados de instrumentos locales, la música arrabalera del Río de la Plata.

Ya en los años veinte del siglo pasado empezó Seyyan Oskay, la gran dama del tango turco, con 'El pasado es una herida en mi corazón' y en los treinta arrasó Ibrahim Özgür con su 'Mariposa Azul', dando lugar a toda una escuela de cantantes y letristas, que supieron tocar las cuerdas melancólicas del público turco.

Hoy, la tradición tanguera no es algo que salte a la vista en las calles de Estambul, donde los bares compiten en ofrecer salsa, flamenco o jazz. Pero quién prueba el tango está perdido, aseguran sus adeptos.

"Es muy adictivo, te engancha y ya no vives sin bailar", afirma Sercan Yigit, un profesor turco de 27 años y, junto a su pareja de baile Zeynep Aktar, coordinadora de la academia Tangolic.

Y eso que no es fácil vencer la inicial resistencia. "Yo tocaba música tradicional, pero siempre decía que un hombre turco no baila, esto es cosa de chicas. Finalmente me convenció un amigo a probar y... sí, me contagié", recuerda.

Zeynep empezó para relajarse, sin ambiciones profesionales, y lleva cuatro años enganchada. En 2012, la pareja ganó el campeonato de tango de la Federación Turca de Danza y fue tercera en la competición internacional celebrada en Francia.

El nivel del tango es altísimo en Turquía, afirman los aficionados en Estambul. "Tenemos suerte porque con frecuencia vienen maestros argentinos a Estambul, tanto para dar talleres o para alguno de los varios festivales" existentes, señala Sercan.

Para toda la región, desde Rusia a Egipto y los Balcanes, Estambul es el centro vibrante de la comunidad tanguera, la mejor opción si no se puede ir a beber de las fuentes del Río de la Plata, aunque esto lo ignoran incluso muchos turcos.

"Empecé a dar clases de tango tras emigrar a Australia, y mi profesor, argentino, al ver que era turca, me empezó a hablar de todos los festivales y maestros del tango de Estambul que yo desconocía", confiesa una estudiante, que ha vuelto a su ciudad natal para acudir a TanGotoIstanbul.

"Hay unos cinco o seis grandes festivales en varias ciudades de Turquía y están empezando a surgir incluso en Diyarbakir y Van", en el poco cosmopolita sureste del país, detalla Yigit.

Precisamente de Diyarbakir llega Ahmet Aküzüm, estudiante de Gestión Cultural, de 33 años, quien se quedó impresionado por la "cultura elevada" de esta danza, "increíblemente estética", y por "el ritmo elaborado que hace vibrar a dos personas".

El tango gusta en Turquía porque tiene un fondo de masculinidad, de virilidad que, una vez superada la inicial reticencia, conecta muy bien con la cultura turca, cree Sercan.

Sin embargo, todos coinciden que en las academias hay muchas más chicas que chicos. "Para un hombre es fácil encontrar pareja de baile; ellas lo tienen más complicado porque, además, deben esperar el gesto del hombre para salir a la pista", recuerda Ahmet.

Al principio cuesta. "La profesora nos suele insistir que nos acerquemos más: en el tango hay que bailar pegados y a muchos nos cuesta al principio abrazar a una chica", relata Ahmet, oriundo de una región en la que la sexualidad antes del matrimonio es un enorme, y a veces mortal, tabú.

"Cuando yo empecé había dado abrazos a mi madre, mi tía, mi hermana y unas pocas novietas", recuerda Sercan sobre el cambio de códigos que supone entrar en una clase de tango. "En una milonga todo es fácil". Por eso engancha tanto, concluye.

Pero también en la cosmopolita Estambul, el tango forma un mundo aparte con sus propias reglas, distintas de las que mandan en la calle, un universo para iniciados, en continua búsqueda de las milongas que alguien organiza, o algún bar que ofrece música y una pista de baile siete días a la semana.

Aquí es fácil ver llegar a alguna chica con una bolsa de plástico en la mano, agacharse en la entrada, cambiarse de zapatos, colocarse los tacones que dan derecho a traspasar el umbral hacia esa otra vida que algunos consideran la verdadera.

Casi todos los alumnos tienen estudios universitarios; en la calle, nadie ejecutará una figura de tango. "La clase obrera baila salsa", resume el profesor.

En los años 1990 Turquía empezó a redescubrir su pasión por el tango, aunque no volvió su propia tradición local: en las milongas y las academias turcas se escucha sólo música original argentina.

"Es que el tango turco no funciona bien para bailar", asegura Sercan, cuyo sueño sigue siendo una milonga a la orilla del verdadero Río de la Plata.

EFE


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