Dicen los historiadores que la burguesía comerciante local rechazó conscientemente la propuesta de que el ferrocarril transiberiano tuviera parada y posta en Tomsk.
A primera vista, esta decisión podría parecer un error, ya que significaba dar la espalda al progreso y acrecentar el aislamiento de la ciudad.
No obstante, a la larga esto no fue sino una bendición ya que, mientras las grandes urbes industriales soviéticas se han estancado, hoy en día Tomsk es el principal centro universitario y de investigación de toda Siberia y cuenta con una de las economías más pujantes de la región.
La madera siempre ha sido el más asequible material de construcción en Rusia, pero con la llegada de la modernidad fue sustituida por el ladrillo.
Con todo, en Siberia la tradición resistió los embates del progreso en un intento por mantenerse fiel a los orígenes y en paz con el entorno natural.
En Tomsk, ciudad de más de medio millón de habitantes bañada por el río Tom y que estuvo cerrada para los extranjeros hasta 1991, las casas construidas en su mayoría en el siglo XIX albergan actualmente viviendas, comercios, oficinas, bufetes de abogados, para consultas de médicos y dentistas, museos e instituciones oficiales.
“Son cerca de 2.500, aunque sólo si se cuentan aquellas casas que tienen valor histórico o arquitectónico.
Pertenecen a los tiempos cuando Tomsk era casi completamente una ciudad de madera”, aseguró Nikolái Nikolaichuk, alcalde de esta urbe siberiana.
Las casas fueron diseñadas en diferentes estilos (barroco, modernismo, gótico y ecléctico) y colores, y sus tallados y arabescos desafían la imaginación, en lo que parece que fue una abierta competición entre los comerciantes de la ciudad, que se gastaron auténticas fortunas en el empeño.
En resumen, una meca para los historiadores de la arquitectura popular y un paraíso para los turistas. Pero como el tiempo no pasa en vano, el Ayuntamiento se ha puesto manos a la obra para conservar este tesoro arquitectónico en madera de ley.
“En Tomsk se han conservado calles e incluso barrios enteros donde todas las casas son de madera. En nuestras condiciones es imposible restaurarlas todas, pero conservar sólo las más bonitas y condenar el resto al derribo tampoco es una salida. Los especialistas han señalado ocho barrios donde uno puede imaginar lo que era una ciudad siberiana en madera”, apunta.
Calle Bakunin
La más genuina de las calles de Tomsk es la que fue bautizada en honor al padre del anarquismo, Mijaíl Bakunin, que estudió durante varios años en la ciudad.
La calle, que tiene apenas 700 metros, traslada de inmediato al visitante al siglo XIX, una época en la que el principal medio de locomoción eran los carruajes tirados por caballos. No es un decorado de cine, ni un museo al aire libre, sino una hilera de viviendas de madera con jardín donde están aparcados los coches de sus residentes. De hecho, aún se conserva en decentes condiciones la calzada de adoquines y cantos rodados por donde debieron pasar los primeros carros de la ciudad.
Como excepción a la regla, la calle incluye la única iglesia católica de la ciudad, que fue cerrada en 1937 y reabierta tras la caída de la URSS en 1991.
“Bakunin es nuestra primera calle, donde arrancó la historia de Tomsk. Allí restauraremos todas las casas sin excepción. Tampoco son tantas, sólo 17. También repararemos el adoquinado”, destaca el alcalde.
Al final de la calle se encuentra el lugar donde los cosacos fundaron la ciudad en 1604 y construyeron la primera fortaleza. Y es que Tomsk fue un crucial puesto de avanzada en la conquista de Siberia por el imperio ruso. Una gran piedra conmemora la histórica fecha. El lugar, que ha sido convertido en un mirador por ser el más alto de la ciudad, incluye una fortificación de madera hecha a imagen y semejanza de la original y el museo de historia de Tomsk que, como no podía ser de otra forma, está coronada por una preciosa torre de troncos que perteneció en el pasado al servicio de bomberos local.
El susto de Chéjov
Con todo, la que esconde el mayor número de joyas arquitectónicas es la calle Krasnoarméiskaya.
El emblema de la ciudad es la Mansión con Pájaros de Fuego, en alusión a las figuras de las estilizadas aves que adornan su tejado.
El palacete, que fue restaurado con ocasión del 400 aniversario de la ciudad en 2004, ya que estaba a punto de derrumbarse, incluye puntiagudas torres, aristocráticos frisos y dinteles, y una majestuosa buhardilla que le da un aspecto entre señorial y embrujado.
Al otro lado de la calle se encuentra la misteriosa Casa con Dragones, el nombre coloquial que le han dado los habitantes de la ciudad a los extraños animales que la adornan, mitad caballo, mitad reptil.
De clara influencia escandinava, ya que a los vikingos siempre les gustó colocar cabezas de dragón en sus casas y barcos, esta mansión tiene un aspecto muy austero y más parece un castillo o incluso una iglesia protestante. En realidad, el edificio recubierto por troncos alberga actualmente una clínica.
La visión de estos auténticos palacetes de madera no salvó al legendario escritor ruso Antón Chéjov de un buen susto cuando llegó a la ciudad en 1890. Estuvo a punto de ahogarse en el río, por lo que posteriormente echó toda clase de pestes contra esta urbe.
Los habitantes de la ciudad se tomaron ese episodio con humor y erigieron en honor al literato el monumento más popular de la ciudad en el malecón del río Tom. Se trata de una figura caricaturesca de Chéjov con gigantescos zapatos que es abrazada cariñosamente por todos los turistas.
Joya arquitectónica
La tercera joya de la arquitectura siberiana de la ciudad es la Casa con Cúpula, una encantadora mansión de estilo campestre, con una sola planta y con una torre octogonal coronada por una techumbre piramidal que se ha convertido en una de las tarjetas de visita de Tomsk.
Esta casa de muñecas pintada de azul está decorada con marquesinas de diferentes alturas, rebuscados rosetones blancos y toda clase de filigranas. Ahora, acoge el centro ruso-alemán.
Entre los ilustres personajes que nacieron en la ciudad, el más internacional y pintoresco de todos ellos es Lidia Delektórskaya, cuyo padre era jefe de medicina infantil en Tomsk.
Delektórskaya emigró en los años 20 del siglo pasado a París, donde se convirtió en la secretaria y musa del pintor Henri Matisse. El genio del fauvismo, al que la rusa cuidó durante más de dos décadas, le dedicó más de 300 de sus obras que se pueden ver en los mejores museos del planeta (EFE Reportajes).
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