domingo, 19 de mayo de 2013

Tulum, el edén turquesa

Arena blanca y aguas templadas. Palmeras y piña colada. Cuando uno admira las fotos de las playas de Tulum, en la Riviera Maya, imagina que han sido retocadas con Photoshop. Pero no: ese azul turquesa que permite ver hasta su alma, transparente, traslúcida, fascinante, es real. Todo es real en Tulum, en el estado mexicano de Quintana Roo. Su gente, sus aguas, sus ruinas, su selva.

Llegar es fácil desde cualquier punto nacional o internacional. Hay vuelos diarios en aerolíneas de bajo costo que llegan hasta el aeropuerto internacional de Cancún. Desde allí, la mejor opción es tomar un autobús de línea (salen cada 40 minutos) y en una hora le dejan en Playa del Carmen, destino masificado para turistas estadounidenses y europeos, principalmente.

En la misma estación se puede tomar otro bus con destino al pueblo de Tulum. Es una hora más de viaje admirando la vegetación que enmarca la autopista.

Aprovechando que se está en la Península de Yucatán, se puede ir a conocer Isla Mujeres, a cinco kilómetros de Cancún, o la Isla de Holbox, desde donde se puede avistar el tiburón ballena en temporada alta (15 de mayo al 17 de septiembre).

Boca Paila

Como centro de operaciones, el pueblo de Tulum está muy bien, pero una opción más coqueta, bastante zen y que dista tan sólo 20 minutos del centro, es Boca Paila, a pocos kilómetros de la Reserva de la Biosfera de Sian ka’an.

Cada día se puede realizar una excursión diferente. Visitar los cenotes, las ruinas mayas de Chichen Itzá, la del mismo Tulum o las de Cobá, parando en Valladolid, un pueblo mágico y colonial.

Boca Paila, pequeño y angosto enclave costero, tiene restaurantes y hotelitos con encanto por doquier. Muy recomendable es el hotel Tulumbay, que comparte su playa en una calita con tan sólo otro hotel.

Los restaurantes Mateo y Puro Corazón, regentados ambos por extranjeros radicados en Tulum, ofrecen exquisitos menús, cócteles exóticos y numerosas actuaciones de grupos de música locales y foráneos.

Muchos hoteles -casi todos son cabañas frente al mar- cuentan con spa o espacios para practicar yoga o recibir masajes terapéuticos. De un lado de la franja, el impresionante Caribe; del otro, la Laguna Muyil.

Reserva de Sian ka’an

La playa homónima se ubica en la misma Reserva de la Biosfera de Sian ka’an. Se trata de un pequeño paraíso aislado y semivirgen. Los amantes de la naturaleza y los observadores de aves disfrutarán mirando al suelo y al cielo, respectivamente.

Viven allí más de 350 especies marinas y migratorias, entre otras, yucatecos, colibríes, mosqueros mangueros y patos. Los pescadores de la zona le ofrecerán incluso alojamiento y viajes en lancha.

En el interior de la zona protegida podrá sumergirse en una experiencia cultural y ecológica junto a un guía local que desvelará todos los misterios de la zona arqueológica de Muyil.

El visitante se adentrará por la frondosa selva y llegará hasta la laguna de Chunyaxché. Merece la pena sumergirse en el agua color turquesa y comprobar que se puede flotar.

En esta laguna, de más de 70 kilómetros de longitud, se reproduce la mayor parte de la fauna marina de la zona: róbalos, sábalos, pargos, palometas y macabíes.

Es un sitio ideal para pescar con mosca o caña ligera. También se pueden realizar deportes acuáticos como el mayaking, consistentes en remar las aguas silenciosas de aquel ecosistema que fue antaño utilizado por los antiguos mayas como parte de su ruta comercial.

También se puede practicar kayac en los humedales y finalizar el día saboreando una exquisita comida típica maya en el centro comunitario de Muyil.

Ruinas con historia

Tulum significa en maya “adelante” o “pared”. En el complejo de pirámides se encuentra el mayor edificio antiguo que sigue en pie en la Riviera Maya. Está rodeado por muros encima del mar. Su interés arqueológico es imperdible.

Tulum y Cobá son dos sitios arqueológicos muy distintos entre sí. El primero asombra por su telón de fondo en forma de Caribe mexicano; el segundo por su exuberante marco selvático y por su pirámide de 42 metros de altura.

Se puede subir hasta su cima. En el resto de ruinas, ya no. Un consejo: es mejor llegar muy temprano para evitar las aglomeraciones y el inmenso calor del mediodía.

Cobá significa en maya “aguas bravas”. Durante el periodo posclásico tardío, Cobá se erigió como el mayor asentamiento de la parte noreste de la Península de Yucatán. Destaca el edificio Nohoch Mul, con su enorme pirámide, desde cuya cima se puede admirar la casi totalidad de la selva que rodea el sitio.

Chichen Itzá significa en maya “en la orilla del pozo de los itzáes”. Construida alrededor de los años 435 y 455, esta ciudad alberga muchísima información sobre el modo de vida en el pasado. Se salvó incluso de la decadencia acaecida en la región a lo largo del siglo IX.

En el sitio se encuentra una de las mejores artesanías del Yucatán y los precios son bastante económicos.

Los cenotes

La palabra cenote proviene del maya “dzonot” y significa “abismo”. No en vano se trata de pozos de agua dulce surgidos tras la erosión de la piedra caliza. Los antiguos mayas sacaban de estos pozos naturales el agua y además, para ellos, suponía un espacio de fuerte comunión espiritual.

No se puede perder el cenote Kantun-Chi, ubicado a 22 kilómetros de Playa del Carmen. Una opción es contratar el tour con buceo por las grutas y los cenotes y una visita por la selva (unos 20 dólares). Diez dólares si no incluye el buceo.

El cenote de Ik Kil, muy cerca de las pirámides de Chichén Itzá, es un parque surcado por plantas y aves exóticas como tucanes, loros, cenzontles o cardenales. Una maravilla de la naturaleza.

A 35 minutos de Ik Kil encontramos Valladolid, una ciudad colonial donde se sucedieron grandes gestas históricas como la Guerra de Castas (1847) y la primera chispa de la Revolución Mexicana (1910). Hoy es conocida como la capital del oriente maya, tanto por la enorme belleza de su arquitectura como por sus espléndidos edificios, como el Convento de San Bernardino de Siena o la iglesia de Servasio.

A sólo una hora y media se llega a Mérida, la ciudad blanca. Sólo que allí ya no hay agua de color turquesa. (EFE/ Reportajes)

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