El jurado del Premio Pulitzer de Fotografía de 1994 no dudó en otorgarle el primer lugar: la foto del sudafricano Kevin Carter había oprimido el corazón y quizá hizo hasta saltar lágrimas a los miles o quizá millones que la vieron en los periódicos.
La primera versión era sencilla. El gran reportero gráfico estaba visitando un poblado en Sudán, donde se apiñaban refugiados que huían de la guerra civil. Eran miles de todas las edades, enfermos la mayoría, que acosaban a los funcionarios de la ONU que repartían alimentos. El cuadro ponía a prueba a los mejores estómagos, pero era propicio para las fotografías impactantes y así fue como Kevin Carter captó la escena en que una niña (o niño) esquelética, en apariencia moribunda, se inclina hacia el suelo mientras un poco más atrás un buitre observa, quizá aguardando la muerte de la pequeña para lanzarse sobre el cadáver.
La foto, repetimos, causó enorme impresión y fue de gran utilidad para quienes clamaban por ayuda a la comunidad internacional, y es probable que sirviera en efecto para conmover en los países ricos.
El dramatismo de la foto se acrecentó cuando poco más de un año después Kevin Carter se suicidó dejando una nota que decía, entre otras cosas: “'Estoy perseguido por recuerdos vívidos de muertos, de cadáveres, rabia y dolor'”.
Pocos años más tarde alguien hizo una investigación sobre Carter y la foto. Se estableció, por ejemplo, que el reportero pertenecía al Bang Bang Club, un grupo de fotógrafos que prefería escenas de violencia y mejor si eran sangrientas. De hecho, uno de ellos había obtenido el Pulitzer en 1991 por la secuencia del linchamiento de un desdichado, primero a cuchilladas y luego quemado todavía vivo.
Carter, según estableció la nueva versión, paseó por el poblado conmovido por las escenas y se sentó a mirar a los niños de las chozas cercanas y a seguirlos con su cámara. Los buitres revoloteaban. Fue uno de aquellos niños el que se agachó a defecar cuando Carter se percató de que uno de los pájaros estaba en cuadro y apretó el disparador. Luego se marchó a continuar tomando fotos.
El niño, o niña, volvió a la aldea, el buitre fue espantado por los movimientos y los fotógrafos, los Bang Bang, se marcharon a seguir buscando escenas fuertes.
¿Y por qué se suicidó el gran fotógrafo? No fue la culpa. Era conocida su afición a las drogas, a los barbitúricos, había intentado suicidarse antes y su neurosis se acrecentó cuando murió el líder del grupo, atrapado en fuego cruzado.
La interrogante final es sobre si valió la pena conocer toda esta historia y quedarnos sólo con el instante de la foto. Algo más. Era niño, se llamaba Kong Nyong y murió de fiebre cuatro años después.
Juan Gargurevich es un comunicólogo y periodista peruano.
Carter era del Bang Bang Club, un grupo de fotógrafos que prefería escenas sangrientas...
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