domingo, 10 de marzo de 2013

Borácay, un tesoro de isla

Era febrero de 2003 cuando había terminado mi educación en una universidad japonesa y decidí conocer los países circundantes por el bajo precio del transporte en barco. Pude conocer Tailandia, Myanmar, Camboya, Laos, Vietnam, Indonesia, las Islas Marianas y finalmente Filipinas, un lugar que moría por conocer pues sabía que había sido colonia española, al igual que Latinoamérica, y que habían heredado mucho de su cultura hasta su independencia en 1886.

En la capital, Manila, se hallan archivos coloniales con documentos escritos en su mayoría en español y en un porcentaje menor en inglés. Grande fue mi alegría cuando obtuve trabajo gracias a mis habilidades con ambos idiomas, pues aunque el español fue lengua oficial hasta fines del siglo XIX, actualmente sólo una minoría lo usa y el inglés se habla y entiende en todos los ámbitos.

Mi trabajo consistía en traducir documentos coloniales españoles al inglés, además de digitalizarlos y darles mantenimiento.

En gran parte de Asia, las mujeres se hallan en posición inferior a la de los varones en el trabajo; pero no es el caso de Filipinas, donde las empleadas mujeres tienen igual trato.

A pesar de mi trabajo acomodado, éste era temporal así que cuando terminé mi labor decidí gastarme el dinero descansando y saliendo a la playa. Para entonces, y tras cuatro meses de haber permanecido en archivos fríos, mi piel era pálida y mi aspecto sombrío. Pronto surgió la isla de Borácay, tomé el ferry Negros Navigation e hice un viaje de 14 horas por mar.

Al llegar eran las siete de la noche, me alojé en un hotelito sencillo, con baño privado y con vista a la White Beach, playa de finísima arena y agua transparente, era un sueño de verdad, un verdadero paraíso y el lugar perfecto para dar rienda suelta a los placeres sencillos y abundantes; las personas son amables con todos y es más sencillo moverse que en otros países más homogéneos. Como buena colonia, son herederos de muchas culturas y las variedades raciales no son impedimento a la hora de comunicarse.

Los clubes nocturnos son un buen lugar para hacer amigos. El Red Pirates Pub, con un capitán pirata de verdad, música en vivo y un barco para el paseo de los clientes, es un lugar donde en una semana hice más amigos de los que había hecho en mis dos años y algo más en Japón. La vida nocturna es abundante, el índice de criminalidad bajo y el consumo de alcohol tan reducido que en todo pub era opcional.

Me encantaba amanecer en la playa, con mis nuevos amigos, junto a una fogata viendo el amanecer y el mar y las arenas blancas de la playa... dondequiera que miraba había un lugar digno de ser foto de postal, pasábamos noches enteras jugando a enterrar tesoros con el capitán del Red Pirates Pub.

Pude ver lindos paisajes y probar las mejores comidas a gusto y placer; la comida es excelente en Filipinas, incluso aquellos melindrosos se adaptan al sabor, en especial nosotros los latinos pues consumen ajíes y cosas picantes igual que nosotros.

La fruta más consumida es el mango y el orgullo nacional del país; es él solo, un paraíso. Lo mejor de todo es el precio: las tierras de las islas son fértiles y como tienen las mismas costumbres que nosotros los latinos, los puestitos ambulantes son un buen lugar para alimentarse bien y con poco dinero.

Los puestos son limpios y puedes hallar comida exótica, con leche de coco, pescado, pollo, cerdo, etc. Tienen ferias igual que en Bolivia, con chucherías y extravagancias típicas de Filipinas, un aporte más al desorden que junto al de los transportes en Manila (los buses están decorados con imágenes e íconos especialmente católicos -la población es católica casi en 90%) me hicieron pensar en nuestro país y en los micros en los que vamos parados y nos acomodamos como podemos.

Los filipinos son agradables, trabajadores, amables y como viven en islas cercanas al mar parece que siempre estuvieran de vacaciones.

En aquel viaje pude encontrar un paraíso para apreciar, un país de comida deliciosa y compré muchas cosas lindas pues los precios eran bajos y, al igual que aquí, también se podía regatear.

Lo que aprendí de éste mi mejor viaje es lo mucho que se puede hacer con experiencias negativas: los filipinos, aunque dominados por los españoles igual que nosotros, han aprendido a tomar lo mejor de la conquista y darle carácter propio. Como descendientes culturales y genéticos, se sienten orgullosos de sus ancestros que vencieron la colonización.

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