lunes, 10 de junio de 2013

Los chicos de SIAM



Una hemorragia cerebral provoca la muerte de Chang. Tendido en el lecho, a su lado, como hace 63 años, quien se da cuenta del deceso es Eng. Grita, pide ayuda. A las tres horas él, un hombre sano a diferencia de su hermano, fallece también. La autopsia mostrará que el corazón se le detuvo por una fuerte emoción: el terror.

La historia de Chang y Eng comienza el 11 de mayo de 1811. Aquel día, en la provincia de Samutsongkram, reino de Siam (hoy Tailandia), una mujer china-malaya da a luz a niños gemelos. Éstos están unidos a la altura del pecho por una extensión que parece un brazo. El gran temor que sentirá la madre por mucho tiempo es el de perder a sus hijos, pues en el país asiático gobernado por Rama II, esa condición es considerada maligna.

Pero no será la muerte temprana la que arrebatará de Siam a los chicos, sino su extraordinario don para correr, nadar y hacer cabriolas atestiguado, en 1824, por el comerciante escocés Robert Hunter y el capitán norteamericano Abel Coffin. Hay que rectificar: lo que alejará del hogar a estos chicos, parte de una familia de ocho hermanos huérfanos de padre (éste murió cuando Chang y Eng tenían ocho años), es la ambición de los extranjeros. En tiempos de circo, en los que exhibir humanos con malformaciones generaba dinero, esos jovencitos ya de 13 años prometían ser un negocio rotundo.

No fue fácil convencer a la madre. La oferta de 3.000 dólares y la promesa de devolverle a sus hijos en dos años, la hizo aceptar. Al final, sólo recibiría 500 dólares y sus retoños no volverían más de EEUU.

Como había calculado Coffin, las giras con los acróbatas prodigio de Siam dejaban dinero. Pronto, el empresario Phineas Taylor Barnum se “robó” a Eng y Chang y los llevó en su circo ambulante, zoológico y freak show por Estados Unidos y Europa. Pese a su rareza, los chicos eran los más atractivos en medio de seres como la mujer barbuda (Josephine Boisdechene), una pareja de enanos (Tom Thumb y Lavinia Warren), el “hombre perro” (Feodor Jeftichew) o la Sirena de Fiji (una farsa que no era sino la parte superior del torso de un mono cosido a la mitad inferior de un pez). Chang y Eng no solamente sorprendían con sus acrobacias —pues se dice que era increíble ver ese cuerpo de dos cabezas, cuatro piernas y cuatro brazos moverse con sincronía— sino por sus actos de magia y de humor que hacían que valiese la pena pagar la entrada.

Para entonces, ya se los llamaba “los gemelos siameses”, por su origen geográfico, denominativo que en adelante, y hasta hoy, designaría a los hermanos que nacen unidos por alguna parte del cuerpo.

Pero los siameses llegaron a creer que Barnum les robaba, así que decidieron trabajar por sí solos y acumularon un buen dinero, lo que les permitió retirarse en 1830, para asentarse en Carolina del Sur (EEUU) como granjeros.

Juntos, pero tan distintos

Eng, el hermano que aparece a la izquierda en las fotos, era el más simpático de los dos. Chang, algo más bajo, estaba obligado a tener la espalda torcida y, tal vez por esto, se volvió malhumorado y cayó en el alcoholismo. Este último tenía carácter dominante.

En 1839, los siameses adoptaron el apellido Bunker. Y tal nombre dieron a sus esposas. Porque estos hermanos, que varias veces consultaron a médicos para que los separasen, sin lograrlo ante el riesgo de muerte que se les adelantaba, en tiempos en que todavía no se disponía de los rayos X, pudieron casarse en 1843.

Dicen las historias de los gemelos, entre ellos la recogida por el estadounidense Darin Strauss (1970), que investigó su vida y escribió la novela Chang y Eng, que Chang se enamoró de Adelaide Yates, una joven de 17 años. Ésta tenía una hermana, Sallie, un año mayor, que llamó la atención de Eng, aunque el sentimiento no era mutuo. Como parte de los relatos, no se sabe si verdad o ficción, se cuenta también que los hombres, como extremo argumento para arrancar el sí familiar —los padres de las chicas tampoco estaban convencidos de esa unión— acudieron a un médico para ser separados, sin importarles si dejaban la vida en el intento. Como sea, finalmente se pudo celebrar una boda doble en 1843.

La sociedad conservadora del sur norteamericano aceptó esos matrimonios sólo porque las esposas eran hermanas y lo escabroso de la situación fue resuelto providencialmente de esa manera.

Una enorme cama de madera para cuatro personas se instaló en la vivienda compartida. Al año, nació la primera hija de Eng y Sallie —que llegarían a tener 11 vástagos (cinco hombres entre ellos)— y a los pocos meses, la de Chang y Adie —que procrearon diez (tres varones y siete mujeres, dos de ellos sordomudos).

La vida armoniosa no duró mucho tiempo, sin embargo. Los hermanos reñían, pero no podían alejarse; pero cuando las hermanas pelearon, se decidió tomar distancias y dividir los bienes: caballos, esclavos, dinero. Las dos familias ocuparon sendas viviendas. Chang y Eng debían pasar tres días en cada hogar.

En 1849, por problemas con sus finanzas, los Bunker acudieron a su viejo empleador, el cirquero Barnum, y retomaron la vida del espectáculo con giras por Europa, hasta 1853. El empresario los presentaba diciendo que “era mejor verlos ahora, porque un cirujano los va a separar”; no obstante, los médicos siempre negaron posibilidades para hacerlo sin poner en riesgo la vida de ambos.

Sobrevino entonces un ataque de apoplejía en el maltrecho organismo de Chang y esto hizo más dura la convivencia, pues quedaron secuelas físicas que Eng tuvo que soportar sin remedio. Hay que imaginarse lo que representaba para una persona sana como Eng tener que guardar cama por días y a la fuerza.

El “brazo” que les unía llegó a medir 15 cm de largo y tener 20 cm de circunferencia. A su muerte, los médicos vieron que compartían vasos sanguíneos y que sus hígados estaban fusionados. De ser separados, hubiesen muerto los dos antes de aquel 17 de enero de 1874.

La familia sufrió por el deceso, pero también por el temor de que no se respetasen sus restos una vez enterrados. Mandaron a hacer un ataúd de metal y tras una autopsia rápida, con la especificación de que no se tocase de ninguna manera el tubo que unió a los hermanos, se les dio finalmente cristiana sepultura. Si de niños fueron budistas, en su vida adulta abrazaron la religión baptista.

El proceso de desarrollo de los siameses es un accidente, explica el doctor Edwin Dolz, pediatra en La Paz que está dispuesto a intentar la separación de las dos niñas nacidas en Cochabamba a mediados de mayo. Tal accidente ocurre por una tardía división de las células de los embriones que resultan de un mismo óvulo y un mismo espermatozoide (gemelos). La división de esos embriones se da, normalmente, en los primeros diez días después de la fecundación. Si se produce en el día 13, el proceso llega a ser incompleto.

Hasta en el 75% de los siameses, la unión es por el pecho o estómago, como ocurrió con Eng y Chang. Los más raros son los del cráneo. Las posibilidades de separación y sobrevivencia son mayores cuando la unión es a la altura del abdomen.

Sobre todo, niñas

Respecto al sexo, los famosos hermanos de Siam están en el grupo minoritario, pues hasta el 75% de los siameses es de niñas, confirma Dolz las estadísticas y llega a afirmar que inclusive llegan a 95%.

Según la Organización Mundial de la Salud, los siameses se presentan una vez entre 200.000 partos y la mitad nace sin vida. Si se considera solamente los nacimientos de gemelos, uno de cada 600 presenta la característica de la unión.

No se sabe con exactitud las causas de la tardía separación de embriones y tampoco se ha podido probar una predisposición genética. La presencia de la malformación se puede detectar actualmente a través del ultrasonido y durante el primer trimestre de gestación.

Sobre alumbramientos de siameses en Bolivia, sólo se tiene documentados dos: en 1999 y 2013. Hay reportes no oficiales de otros más, “por ejemplo, la gente habla de niños con dos cabezas y un solo tronco, lo que es posible (hay siameses, en los anales de la medicina internacional, que muestran personas con una cabeza y otra a medio desarrollar); pero si ocurrió, ha debido ser en zonas periféricas o rurales y seguramente se los dejó morir”, supone el cirujano pediatra.

En 1999, las niñas nacidas el 11 de enero en La Paz murieron antes de ser intervenidas. Estaban unidas por el vientre y compartían los intestinos. La Razón recogió el testimonio del padre, quien expresaba que sus hijas eran bellas y que todas las esperanzas estaban depositadas en la habilidad de los médicos para separarlas. Dolz, que entonces trabajaba en el Hospital del Niño, cree que se tardó demasiado en tomar la decisión.

Las bebés cochabambinas, que tienen ya cuatro semanas de nacidas, están conectadas por tórax y abdomen, comparten el hígado e intestinos, una tiene solamente un riñón y presenta cardiopatía que le impide respirar. Las opiniones médicas son distintas respecto a las posibilidades de sobrevivencia. Unas dicen que, de ser separadas, una de ellas seguramente morirá; otras afirman que es urgente intervenir cuanto antes, pues cuanto más tiempo pase, la cirugía será más riesgosa.

(*) Con datos de Darin Strauss, Hillel Schwartz y Wikipedia.



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