domingo, 14 de octubre de 2012

Brasil de lujo, para vivir con los cinco sentidos



País continente, el quinto más grande del mundo. Gran parte de sus 8,5 millones de km², que ocupan casi la mitad de Sudamérica, constituye un imán para el viajero de cualquier parte del mundo. Bolivia, que comparte una inmensa frontera de norte a este con la patria de Pelé, está a un paso como para que sus ciudadanos no disfruten de la oferta turística que las autoridades brasileñas se esmeran por rodear de seguridad. El mensaje es claro: el Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016 serán una fiesta de variedad y de comodidad para el viajero más exigente. Pero para qué esperar: ahora mismo están allí las playas, los restaurantes, los teatros, los paseos, la historia combinada con la modernidad y, sobre todo, la gente.

Un recorrido, organizado por el Instituto Brasileño de Turismo (Embratur), para un grupo de periodistas sudamericanos, ha servido para despertar el antojo. En diez días, Río de Janeiro —el tradicional y el desconocido— y Pernambuco, con su capital Recife y las exclusivas islas del Parque Nacional Noronha, han mimado los cinco sentidos. Y persiste ahora la enorme tentación de ser parte de los 7,2 millones de visitantes que Brasil espera para el próximo año.

Río de Janeiro es una de las puertas de entrada. Sólo esta ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad este 2012, por su paisaje cultural urbano—es la primera urbe moderna con tal reconocimiento— justifica el viaje. Tiene mucho por mostrar: las playas de Copacabana e Ipanema, por supuesto, pero también la de Leblon, mucho menos concurrida; todas con una ciclovía para ejercitar las piernas y disfrutar de la vista del océano Atlántico. Al atardecer, la gente se reúne en la Piedra de Arpoador, una formación rocosa desde la que se contempla cómo el sol se pierde en los confines del mar, todo un espectáculo al cabo del cual el público aplaude.

Se siente bien al integrarse a estos ritos, como cuando se sube hasta donde se halla el Cristo Redentor, el Cristo de Corcovado, una de las Siete Maravillas del Mundo que luce su blancura a más de 700 metros de altura. El cerro donde se erige, el morro, es uno de los sitios más visitados y no sólo por la escultura más famosa de Brasil, instalada allí desde 1931, sino porque desde lo alto se encuentra uno con un paisaje sobrecogedor de la urbe. Una forma de llegar a la cima es abordar el ferrocarril que viaja durante 20 minutos y que pasa por el parque nacional de Tijuca.

Este parque es un portento. Constituye la reserva natural de la ciudad con sus más de 3.000 hectáreas. La Unesco ha reconocido este espacio, cuya vegetación en gran parte ha sido introducida por la mano del hombre, como Reserva de la Biosfera. El turista puede recorrerlo en bicicleta, automóvil y a pie, siempre y cuando, esto último, lo haga en grupo o con guías especializados.

Otro lugar famoso, y por ello mismo ineludible, es el Pan de Azúcar, el cerro de 400 metros de altura que se presenta como un mirador natural: 360 grados de visibilidad y un vuelo en teleférico para coronarlo.

Inclusive, si se desea, se puede contratar el servicio de un helicóptero que sobrevuela los cerros y que, afirma la periodista Úrsula Alonso Manso, arranca lágrimas aún de los cariocas cuando pasa por encima del Cristo de Corcovado.

Río tiene, por supuesto, muchísimo más que ofrecer. Un ejemplo es Santa Teresa, la zona de los bares, restaurantes y lugares donde la bohemia es una palabra que adquiere sentido.

Parte de Río de Janeiro son las favelas, muchas de las cuales están ubicadas en plena zona turística. Éste, que es un problema social y de seguridad ciudadana, es atendido por las autoridades brasileñas desde 2008. Hoy, algunas de esas favelas no sólo que han sido “pacificadas” —lo que significa que la Policía ha podido ingresar y hoy vigila el lugar—, sino que organizan tours que benefician a los vecinos. Santa Marta, donde viven 5.000 personas, es una de esas favelas que está dentro del circuito visitable; es el lugar donde Michael Jackson filmó el videoclip They don’t care about us, hecho que está plasmado en un mural y una escultura del músico estadounidense que hizo célebre este lugar.

Los días corren y hay mucho más que ver. Embratur eligió, en esta ocasión, extender el paseo hasta Pernambuco. La ciudad principal, Recife, concentra monumentalidad e historia. No en vano es la capital más antigua de Brasil. Pero el estado tiene además un tesoro natural para el turista exigente: el Parque Nacional Marino en un archipiélago paradisiaco, Noronha, que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad. Son 21 islas de acceso limitado. Delfines, pájaros, tiburones y tortugas marinas son parte de la vida que bulle en este lugar de hoteles cinco estrellas, restaurantes de lujo y otros privilegios, en medio de los cuales, el mayor es el de la paz que se respira.


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