La cárcel de la isla San Lucas, que funcionó entre 1873 y 1991 albergando a los reos más peligrosos de Costa Rica, busca crecer como destino turístico con su oscura historia de torturas y la riqueza natural que la rodea.
Riqueza interminable. La isla San Lucas, de 472 hectáreas, se ubica a tres kilómetros de la costa de Puntarenas, en el Pacífico central de Costa Rica, y es visitada por turistas interesados en conocer la historia de la cárcel y las condiciones infrahumanas y de tortura que enfrentaban a los reos.
El sitio aún no es todo lo apto que las autoridades quisieran para recibir visitantes, por lo que hay en marcha proyectos para restaurar los edificios históricos que se encuentran muy deteriorados por el paso de los años.
$us 2 millones para arreglos. El gerente general del Instituto Costarricense de Turismo (ICT), Juan Carlos Borbón, ha dicho a Efe que el Gobierno espera restaurar la capilla del lugar a más tardar en año y medio, con una inversión cercana a los dos millones de dólares (1,5 millones de euros).
El edificio de la capitanía del centro penal fue restaurado el año pasado con una donación japonesa, la cual también incluye obras en el futuro como la reconstrucción del muelle y la edificación de una casa para los guardabosques, un centro de educación ambiental para los turistas, servicios sanitarios y una planta de tratamiento de agua.
Varias atracciones. Ronald Montero, un guía de la isla San Lucas, ha explicado que la cárcel comenzó a funcionar bajo las órdenes del dictador Tomás Guardia (1831-1882). En un principio, allí se enviaba a los "políticos indeseables" y luego a los delincuentes más violentos del país.
En cada una de las siete celdas del presidio estaban recluidas hasta 70 personas que dormían en el suelo y que tenían derecho a una hora de sol al día.
Hasta 1950, los reos que desobedecían las órdenes recibían castigos en dos lugares conocidos como "el hueco" y "la plancha". Era común escucharles gritar y pedir auxilio, ha aclarado Montero durante un recorrido por el sitio.
"El hueco", ha comentado el guía, es un hoyo de dos metros de profundidad en el patio común, al cual se ingresa por un pequeño espacio donde apenas cabe una persona, pero que debajo alberga un recinto de nueve metros de diámetro, donde la temperatura alcanzaba los 60 grados centígrados.
Según Montero, "la plancha" era una especie de celda a la que se enviaban presos revoltosos y donde se combinaba el agua de lluvia y las aguas negras, además de la cal lanzada por los guardas para evitar malos olores, lo que convertía el espacio en un coctel químico insoportable.
El principal relato de lo que ocurrió en esa cárcel se recoge en la novela "La isla de los hombres solos", publicada en 1972 por el costarricense José León Sánchez, quien estuvo preso ahí entre 1950 y 1988 y que conoció la versión de hombres que estaban encarcelados por años.
Uno de los principales atractivos de la cárcel son los cientos de escritos que se aprecian en las paredes de las celdas, así como grandes dibujos con alto contenido sexual, hasta uno sobre el exfutbolista brasileño Pelé.
Dos de los dibujos más representativos de las paredes de la cárcel son los conocidos como "La chica del bikini rojo" y "La chica del consuelo", dos obras de tamaño real que representaban bellas mujeres y con las que los reos fantaseaban.
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