El cine es un buen medio para la construcción del relato de una nación. De hecho, EEUU, a falta de un texto fundacional como El Cid o La Chanson de Roldan, ha necesitado del cine y en concreto del western para generar el relato mítico de la fundación del país, al delimitar las fronteras del territorio. Pero más arriesgado es construir la historia más reciente de un país y eso es lo que está sucediendo con una obra que tiene como objeto la reconstrucción de la muerte de Osama bin Laden, registrada en Pakistán en mayo de 2011. Se trata de Zero Dark Thirty.
La dirección está en manos de Kathryn Bigelow, ganadora de los Oscar a mejor directora y película por The Hurt Lucker en 2010. Y, de hecho, su estética se aproxima bastante a su anterior obra, pues recurre a un estilo documental que pretende instituir en realidad la representación fílmica.
Para esta obra, Bigelow vuelve a colaborar con el guionista Mark Boal y cuenta con un interesante reparto, conformado por Jessica Chastain (una de las actrices revelación del momento en EEUU), Joel Edgerton, Edgar Ramírez, Mark Strong, Kyle Chandler, James Gandolfini, Jennifer Ehle, Harold Perrineau, Chris Pratt, Mark Duplass, Scott Adkins y Frank Grillo.
Zero Dark Thirty responde a una necesidad nacional de trasladar a imágenes un fragmento traumático de la historia del país o, más bien, la clausura “oficial” de ese trauma. Parece que con esta película lo que se desea es escribir el punto final de la etapa de caos que comenzó en los atentados de las Torres Gemelas y finalizó en la muerte de Bin Laden. Porque es difícil hacer una película de un proceso abierto y es más sencillo tomar los momentos clave de este proceso, como este asesinato, para generar la línea cronológica de acontecimientos de una nación.
Pero todo proceso es una sucesión sin principio ni fin, es una continuidad constante y el 11-S no es, simplemente, un comienzo: es resultado de una serie de dinámicas que tejían la sociedad. El 11-S fue una emergencia figurativa de la radical escisión entre el paraíso occidental tardío-capitalista y la periferia entendida como el afuera, el espacio del caos. Con los atentados en el seno de la zona financiera se produjo la fusión de ambos aspectos (orden y caos) en un mismo territorio, Nueva York, y este hecho causó la demolición de las líneas divisorias entre occidente y oriente: supuso la comprensión de que el caos puede entrar en la hiperrealidad capitalista.
Del mismo modo, la muerte de Bin Laden no es, en realidad, un punto final a tal marabunta de sentidos: es una manifestación del deseo de EEUU de restablecer la utopía poscapitalista que se vivió en los 90, cuando toda realidad material era sustituida por la abstracción del dinero y no existía el caos físico.
Pero el país no se ha recuperado todavía del 11-S ni ha logrado ese regreso al paraíso tardío-capitalista tras la muerte de Bin Laden. El país sigue inmerso en un caos cultural, que es preciso recoger y poner en escena. Así, creo que recurrir a la representación del hecho concreto, del acontecimiento puro, sin describir los procesos que circundan tal hecho, no explica nada, sino que reduce la ambigüedad de significados de la deriva social de EEUU. El asesinato de Bin Laden no es ninguna victoria ni ninguna clausura, sino un acto desesperado por restablecer lo que no se ha logrado recuperar.
Por eso estas películas me despiertan algo de recelo en cuanto a su ideología, porque parecen mostrar un fin de algo que está en plena mutación y es más arriesgado enfocar la mirada hacia la intrahistoria, como ocurre con la auscultación de la sociedad post-11-S que efectúa Kenneth Lonergan en Margaret, que hacia el hecho que estalla. No obstante, tengo confianza en Kathryn Bigelow, pues en The Hurt Lucker supo poner en escena las limitaciones del Ejército estadounidense en el descubrimiento de la alteridad y podría presentar una pieza interesante. (Extracine)
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