Concebida como ciudad militar secreta a principios de los años 60, fue construida en torno al Centro de Preparación de Astronautas (CPA), donde se dieron los primeros pasos en la conquista del espacio y fue un secreto durante casi 30 años en la Unión Soviética.
Situada a unos 25 kilómetros de Moscú, incluso ahora que ya se conoce su ubicación, la Ciudad de las Estrellas pasa inadvertida al ojo de miles de conductores que circulan a su alrededor todos los días. Tampoco podrían asomarse a sus calles, a menos que fuera con una excursión organizada por un recorrido obligado.
En las instalaciones de aquel incipiente CPA, los especialistas soviéticos trabajaron duro, con muchos aciertos pero también con palos de ciego, para ver su sueño hecho realidad el 12 de abril de 1961.
Yuri Gagarin, hasta entonces piloto de pruebas de las Fuerzas Aéreas rusas, se convirtió aquel día en el primer ser humano en viajar al cosmos. Fue uno de los mayores hitos para aquellos militares y científicos que, a partir de entonces, harían su vida en las inmediaciones del trabajo, en una auténtica urbe creada para ellos.
Desde los primeros 99 científicos y 90 militares de entonces hasta las más de 6.500 personas que habitan hoy la Ciudad de las Estrellas han sido muchos los que han seguido los pasos de Gagarin.
Entre estrellas
En julio de 2009, la Ciudad de las Estrellas se independizó del Ministerio de Defensa y se convirtió en un municipio.
“Ahora elegimos a nuestros diputados a la Asamblea de la región de Moscú”, presume Irina Rógova, jefa de comunicación del Centro de Preparación, que acompaña a los periodistas en su incursión al Conjunto Residencial Cerrado, estatus administrativo que se la ha dado a la localidad hace tres años.
Tan sólo trabajadores y residentes pueden acceder al nuevo municipio escondido entre una tupida arboleda en las afueras de la capital rusa.
Pinos y abetos reciben al visitante en el acceso principal a la ciudad, donde varios puestos de control separan la actual Rusia del consumismo voraz de una tierra de sueños, leyendas y nostalgias. Pequeña porción del planeta donde nada, o casi nada, ha cambiado desde su fundación hace ya medio siglo. Uno de los recuerdos y testimonios mejor guardados del socialismo soviético.
Apartados de las instalaciones técnicas del CPA, donde preparan los astronautas sus misiones a la Estación Espacial Internacional (EEI) gracias al trabajo de más de 800 profesionales, viven en humildes edificios de la época soviética algunos de los hombres y mujeres que un día se convirtieron en mitos, dentro y fuera de su país.
Valentina Tereshkova, la primera mujer en viajar al espacio en 1963, o Vladímir Titov, condecorado por la NASA y Francia por sus logros como astronauta, son algunos de ellos. “Son auténticas estrellas de su tiempo”, no duda en decir Rógova.
Trabajando duro
Pero no todo es remanso de paz y tranquilidad a pocos kilómetros de una de las ciudades más ajetreadas del mundo: Moscú. Cientos de residentes de la Ciudad de las Estrellas trabajan en el corazón que impulsa la vida de esta localidad, su razón de ser originaria: el Centro de Preparación de Astronautas.
Sus sueldos no son seguramente comparables a los que perciben especialistas de su categoría en otros centros similares, en la estadounidense Houston o en la alemana Colonia, pero lo suplen con el entusiasmo de hacer lo que más les gusta. Y los astronautas americanos, asiáticos y europeos, que bien saben lo que vale este centro, se lo agradecen.
En Schiólkovo, el gran distrito en el que se inscribe el municipio, se sienten como en casa. “Ya he estado aquí cuatro o cinco veces y espero con impaciencia nuevos viajes a esta Ciudad de las Estrellas”, dice el alemán Alexander Gerst, cosmonauta seleccionado hace un año para viajar a la EEI en calidad de ingeniero de a bordo en mayo de 2014.
Si pocos son los que pisan estas instalaciones, los futuros astronautas son un grupo aún mucho más selecto con cualidades “al alcance de muy pocas personas”, apunta Alexéi Altunin, jefe adjunto del CPA.
La preparación de los cosmonautas, una vez seleccionados, dura unos cuatro años. Para ser elegidos deben pasar por una de las pruebas físicas más duras a las que puede someterse un ser humano: la centrifugadora, una cápsula que da vueltas a velocidades extremas sobre un eje situado a 18 metros y unido a ésta por un brazo metálico a ras de suelo.
En esta máquina el astronauta siente que su peso corporal se multiplica hasta ocho veces. “Los astronautas soportan fuertes sobrecargas físicas cuando la nave alcanza una velocidad de 28.000 kilómetros por hora en 528 segundos. Cuando el vuelo llega al desprendimiento de la primera fase, el peso del astronauta se multiplica por cuatro”, explica Alexandr Beliáyev, ingeniero del Departamento de la Centrifugadora. Lo mismo sucede durante el aterrizaje.
“En un descenso normal, la sobrecarga no supera las cuatro unidades, pero en caso de un descenso de emergencia, cuando hay que salvar a la tripulación, la cápsula podría entrar en la atmósfera terrestre en un ángulo más inclinado y con una frenada de mayor intensidad, lo que puede provocar sobrecargas de hasta ocho unidades (peso corporal multiplicado por ocho). La sensación es que un elefante de 500 kilos te oprime el pecho. Los brazos pesan 45 kilos. Cuesta respirar. El corazón tiene que hacer el trabajo de ocho, bombeando sangre que pesa ocho veces más de lo normal”, señala el ingeniero.
Para viajar al espacio es necesario superar dos pruebas en esta centrifugadora. El candidato debe soportar sobrecargas y mantener dentro de lo óptimo todos sus indicadores vitales, de los cuales 64 se miden en este laboratorio. Solo así podrá recorrer el largo camino de la Ciudad a las Estrellas (EFE Reportajes).
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