Cultivadas con mimo, de formas y colores perfectos, textura sublime y aroma embriagador, la fruta en Japón no sólo es un nutritivo alimento sino un producto de lujo que se vende en exquisitas boutiques como si de joyas se tratara.
Famosa por sus precios prohibitivos, en Japón el valor de la fruta se equipara a su calidad y exclusividad y depende de las peculiaridades de su cultivo, siempre de temporada, la notoriedad de sus agricultores o su limitada producción.
En tiendas “gourmet” como Sun Fruits, en el lujoso centro comercial tokiota de Midtown, estas piezas varían entre los más de 262 dólares por un racimo de uvas rojizas de la variedad “Ruby Roman”, cultivadas en la provincia de Ishikawa (noroeste de Japón), los 199 dólares de las afamadas sandías cuadradas o los 16 dólares que cuesta una simple paraguaya.
Fundada en 1925, esta “joyería” de fruta, que cuenta con unos 170 empleados repartidos en seis tiendas de Tokio, ofrece también confituras propias artesanales, menús con zumos del día, entre ellos el de naranjas de Valencia (España), dulces, almíbar y originales gelatinas que usan como recipiente el propio fruto.
“Ponemos las mejores frutas. Cultivadas con mucho esmero por los agricultores japoneses”, asegura a EFE la nipona Remina Chishiro, que trabaja en la exclusiva tienda de Midtown desde hace cinco años.
En cajas de madera, con lazos y ribetes, aislados del exterior con celosías de papel cebolla o con bolsitas refrigerantes para mantener su temperatura, estos productos se venden con una cuidada presentación acorde con la reputación de su contenido.
“No sé cómo es en el extranjero, pero en Japón la fruta se escoge como regalo”, detalla Chishiro, en referencia a la tradición nipona que alaba la elección de una cesta con fruta como obsequio al visitar a alguien en un hospital, acudir a una cena o asistir a un cumpleaños, al tratarse de un producto exclusivo y elegante.
Encerrado en una jaula de madera y recostado sobre paja, el “huevo de Godzilla”, una sandía de gran tamaño y textura consistente, es uno de los regalos más preciados, al proceder de la reducida cosecha de un destacado agricultor de Hokkaido (norte).
La pieza, que se vende por unos 198 dólares, cuenta con una gran etiqueta con el famoso dinosaurio mutante japonés estampado en ella, lo que la hace doblemente atractiva.
Para los amantes de la perfección
Amantes del detalle y la perfección, los japoneses encuentran en numerosos establecimientos información sobre la procedencia de los productos, una ficha técnica sobre ese cultivo e incluso una foto con la cara del agricultor, orgulloso con el producto en sus manos.
En algunas tiendas van más allá y adjuntan hasta una decena de fotografías con la evolución cronológica detallada de las frutas, desde cuando apenas eran un brote hasta su empaquetado definitivo, lo que demuestra el carácter “artesanal” que impregna cada producto.
“Los agricultores cuidan cada fruta con mucho cariño, por eso salen tan sabrosas”, explica Chishiro, mientras coloca con cuidado una mesa en la entrada de la tienda con melocotones de Fukushima, provincia en la que en marzo de 2011 se originó la crisis nuclear y cuyos alimentos son analizados con lupa.
Al margen de su elevado precio y su perfección, la fruta en Japón ha dado pie a una industria turística que tiene como reclamo sentirse agricultor por un día.
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