miércoles, 12 de septiembre de 2012

Marrakech, ventana al mundo árabe

Una de las joyas de Marruecos se ofrece como ventana para el turista occidental. Asómese y observará cómo es la vida en torno al mercado más grande del país y una de las plazas más concurridas en el mundo. Sumérjase entre la multitud, conocerá talentosos artesanos, experimentará las olorosas especies, entrará a suntuosos palacios y jardines.

Para llevarse un buen trozo del alma de Marrakech, no precisa ir muy lejos del casco viejo. Los principales monumentos y museos están dentro de la ciudad amurallada y la mezquita Koutoubia, la más importante, está a sólo unos pasos de ella.

El corazón de la medina es el mercado de la plaza DJemaa El Fna. Al introducirse en él, quedará atrapado entre sus venas, bulliciosas callejuelas donde circulan los vendedores, carretillas cargadas de frutas y dulces árabes, bicicletas y motos con potentes bocinas que alertan a los distraídos paseantes que parecen hipnotizados por los puestos de artesanías.

Una de las mayores atracciones artesanales es el trabajo en piel. Los marroquíes son avezados en la hechura de maletas, bolsos, calzado, cinturones y demás artículos realizados con este material.

Entre tanto cuero, destacan los escaparates brillantes con joyería en plata, oro, bronce, cobre y piedras preciosas. Encontrará diseños elaborados por los propios mercaderes, que suelen vender sus piezas por peso.

Al caer el sol, algo que brilla más que el oro y la plata son los puestecillos de lámparas. Las de vidrio colorido dejan escapar sus tonos reflejados en los rostros de los paseantes, que curiosos se acercan a ver y frotar esas otras lámparas que se ven igualitas a las que guardaban al genio en el cuento de Aladino.

Entrar a un puesto, aunque sólo sea por curiosidad, es todo un deporte, los vendedores suelen insistir hasta que consiguen cerrar una buena oferta con el cliente tras un arduo regateo, todo un juego de astucia.

En lo alto del Café de France, donde se alcanza a ver toda la plaza, una viajera mexicana cuenta cómo un hombre ha colocado una serpiente alrededor del cuello y le han cobrado por ello. Entre las risas y el susto, sugiere no hacer mucho caso a los vendedores o encantadores de serpientes: “Si no quieren algo, sólo hay que decir ‘no’ firmemente y ya, la pasarán mejor”.

Buscando tesoros

A unos metros de la muralla que divide la medina del resto de Marrakech está la Mezquita Koutoubia, inconfundible por su alminar (torre) que mide casi 70 metros de alto. Si no se es musulmán, es imposible acceder, pero vale la pena rodearla para ver su arquitectura y el jardín que está justo atrás.

Hace casi un siglo, las tumbas saadíes fueron descubiertas y ahora, ya restauradas, son una de las mayores riquezas de la ciudad. Se llega fácil porque una torre con azulejos verdes sobresale de las demás edificaciones avisa la entrada. Camine por el mausoleo y la habitación de las 12 columnas para admirar las tumbas de la familia del sultán Ahmad Al-Mansur, miembro de esta dinastía.

Aunque Marrakech ofrece precios económicos, nunca está de más ahorrar un poco y adquirir un boleto triple para visitar la escuela islámica, el museo de arte la ciudad y los vestigios arquitectónicos de arte del siglo XI.

Madraza de Ali Ben Youssef era el edificio de una escuela coránica. Ahora, que no se utiliza como tal, se permite visitar las antiguas habitaciones de estudiantes, los jardines y patios, el central es el más concurrido por la belleza de sus detalles y el espejo de agua.

Si bien el Museo de Marrakech tiene pinturas, escultura, cerámica y textiles de artistas contemporáneos de la región, lo más deslumbrante aquí es el palacio que resguarda las obras. De lo alto del patio que concentra la entrada a todas las salas pende una lámpara de más de seis metros de diámetro, tal vez el objeto más fotografiado del recinto.

La tercera parte del boleto lleva al viajero a la Koubba Almorávide, aunque no parece muy vistosa para visitar, pero conviene bajar y conocer la cúpula aún en pie, que es una de las últimas muestras del arte de la cultura almorávide.

La vida en la medina

Si se queda en un hotel dentro de la ciudad vieja, debe estar preparado. Los musulmanes realizan su primer rezo del día a las cinco de la mañana, y para avisar que así será, los megáfonos de las mezquitas suenan por toda la medina, fuerte y agudo. Curioso, pero poco apetecible si el día anterior fue agitado.

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Y así como al despertar, escuchará ese megáfono otras cuatro veces más, ya que es habitual rezar cinco veces al día en dirección a la Meca. Notará que, incluso, muchos marrakechíes hacen un alto en sus actividades para orar.

La religión domina muchas de las actividades y acciones del pueblo: la vestimenta, el trato a las mujeres, la comida, la fiesta, la arquitectura, la música, entre otros.

Como es sabido, los musulmanes no beben alcohol, de ahí que no haya bares dentro de la medina y pocos lugares ofrezcan la típica vida nocturna de occidente. La mejor idea para pasar la noche es visitar algún restaurante que incluya menú de comida típica y beber un té de menta mientras se escucha música en vivo.

No se asombre si en todo su viaje no cruzó palabra con las mujeres. Para el que es observador, notará que los hombres son quienes están al frente de los puestos del mercado, quienes se ofrecen como guía de turistas, mientras que las mujeres pasean en grupos, vistiendo siembre el caftán o la chilaba y el manto que ocultan sus cabellos, sus brazos, piernas y sus palabras, ya que la mayoría de ellas evita el trato con el turista.

Para Ángela Castro, colombiana, Marrakech “es una ciudad que ofrece todos los contrastes en un día: los zocos típicos del mundo árabe, la ciudad moderna y parte del lujo y ostentación” (EFE Reportajes).

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